Nos cueste o no admitirlo, “La delgada línea roja” ya es —hoy por hoy— un verdadero clásico del cine bélico. En parte, porque se trata de una peli muy bien hecha. Pero en parte, también, porque su elenco, metraje y mensaje (antibélico, como no) la han convertido, desde su estreno, en un punto de referencia tan notorio y recurrente como, por ejemplo, “Apocalypse Now”, “La chaqueta metálica” o “El cazador”.

Mi problema con esta peli, sin embargo, radica en que la estimo excesivamente cargante. Excesivamente reiterativa. Excesivamente machacona. Todos sabemos que la guerra es un infierno, querido Terrence. Que no hay vencedores ni vencidos. Que los efectos colaterales son absolutamente devastadores. Pero que tu dichosa voz en off me lo recuerde constantemente me parece un auténtico coñazo.

No, querido Terrence, no. Tu peli es cojonuda, en serio. Tanto por la fotografía, como por la puesta en escena, las secuencias de acción y —por supuesto — el mensaje. Pero ese mensaje no hace falta subrayarlo tanto, macho. Y, menos aún, cuando estamos hablando de una peli de cerca de tres horas. No sé, igual creías que no íbamos a pillarlo de buenas a primeras, pero sí, amigo. Lo hemos pillado. Hasta yo lo he pillado.

Siete ramplonas estrellitas, pues, para una peli que bien podría haber sido una verdadera obra maestra y que por el puñetero empecinamiento de su autor se queda, lamentablemente, en un buen film bélico. Sin más.