Bajo una gran realización, una cuidada escenografía y un tono serio y solemne, “Convicto” trata de pasar por una película prometedora llamada a grandes cosas, quién sabe si incluso a revolucionar el género carcelario. Pero no, es todo una fachada bajo la que se esconde un melodrama de redención familiar con alma de telefilm que, en el fondo, visita los lugares comunes que todos conocemos (que si la pastilla de jabón en la ducha, que si la ‘intimidad’ entre compañeros de celda, que si no te puedes fiar de nadie entre rejas, que si la iluminación de que la reinserción es posible…) y añade algunos de su propia cosecha. Eso sí, con un estilo narrativo muy británico que asegura una construcción de personajes más sólida de lo habitual y diálogos inteligentes y mucha crudeza visual que no escatima lo sórdido de las revisión de cavidades al llegar a prisión, gente desnuda en las duchas con toda la naturalidad del mundo o las sucias cuchilladas con armas improvisadas.

Es cierto que “Convicto” impacta, pero no convence. Es tensa y es intensa, sí, pero todo sabe a artificial. A anilinas, que decía mi abuela, a un plato ultracongelado con presentación gourmet. Sobrecoge porque presenta un mundo siniestro en el que no queremos pensar, pero a medida que las ideas van aterrizando vemos el buenismo de siempre y el mensaje optimista habitual.