Otra de esas películas de la primera década de siglo que comparten un contexto que me desconcertó en su momento y que muestra a chicos y chicas (generalmente chicas) entre veinticinco y treinta años, recién terminada la carrera o iniciando su vida profesional, emancipados todos ellos y viviendo por su cuenta en pisos cuquis tipo “Friends” pero en barrios tranquilos de grandes ciudades (NY o similar), con calles limpias, arboladas y casas con escaleras en la puerta de entrada, ideales para sentarse a tomar algo al fresco con los amigos. Y el caso es que los y las protagonistas nunca han estudiado carreras demandadas por el mercado laboral pero, sin embargo, no parecen tener ningún problema para llegar holgadamente a fin de mes siendo camareros, secretarios o dando clases ocasionalmente mientras terminan su doctorado en Ciencias Lingüísticas o sus grados en Estudios Sociales. Algunos de sus amigos secundarios realizan labores tradicionalmente mejor remuneradas como programadores informáticos o dan sus primeros pasos en un bufete, pero inexorablemente se les ve un tanto amargados por echar horas de más. El cuadro se completa con terrazas megapijis, con jardines verticales y lucecitas que se cargan con células solares durante el día, en el que suelen quedar a tomar un vino o una copa (raras veces cerveza).

Lo malo de “Para pasar un buen rato llama…” y de todas esas películas es que activan señales de alarma a niveles más o menos subconscientes de que toda esa vida es falsa de puro insostenible y, por extensión, todo mensaje que provenga de la cinta debe ser tomado con pinzas. Si va en serio, toda la credibilidad de la película queda en entredicho, y si es una comedia o una romántica, es difícil empatizar con ella. En su momento, esta visión del mundo juvenil me pareció innecesariamente idílica y nunca me identifiqué con ella, pero pensé que quién sabe, que a lo mejor se trataba de una realidad estadounidense que mostraba un futuro que aún no había llegado a España. Ver ahora ese marco en algunas películas (actuales o de esa época), me parece sencillamente insultante, una broma de mal gusto.

En fin. Aun prescindiendo de lo irreal de su contexto y creyéndonos que haya jóvenes que primero se independizan de sus padres y luego buscan los fondos para mantenerse, “Para pasar un buen rato llama…” tiene un gran problema: trata de ser un comedia sin una base humorística sólida. Sus protagonistas son plúmbeas y no tienen química juntas, por separado o con terceros. A su tendencia a la exageración y falta de naturalidad, se une un guion al que no se le ve la gracia por ninguna parte: ni en los diálogos, ni en los monólogos, ni en las escenas situacionales. De no ser por la etiquetación como (exclusivamente!!) “comedia” de la ficha técnica, he llegado a pensar si no estaríamos ante un drama social, de dos chicas precarias que se ven obligadas a montar una línea erótica. De verdad que es imposible saber si en un momento dado estás ante un skecth o ante un drama.

Para arreglarlo, la producción recurre a un truco que, en su cabeza, era espectacular: meter a una superestrella del humor como Seth Rogen a soltar sus latigazos verbales. Ahí la película pasa de comedia fallida a chorrada antipática. Como es habitual en él, Rogen sale en escena como por el salón de su casa, diciendo cosas superinteligentes que sólo entiende él y poniendo cara y pose de «Venga, reiros, que he dicho algo que funcionó en mis shows. ¿qué pasa? ¿demasiado sutil para vosotros? joder, está claro que sois más de pollaviejas como Gila y no me mereceis». Entre unas cosas y otras, “ Para pasar un buen rato llama…” se hace muy, muy larga y muy, muy desconcertante. La clase de películas que estás deseando que terminen o que alguien te interrumpa con lo que sea para hacer cualquier otra cosa.