Si Robert Rodriguez cogiera toda la pasta que ha dilapidado en sus últimos truños y la dedicase a hacer una película en serio (ojo, no digo que haga una película seria, digo que la haga “en serio”) es lógico pensar que el resultado fuese más que decente ya que medios no le faltan, cierta competencia tiene y no hay actor que se resista a hacer el gamba con él.

Desgraciadamente es más fácil y menos arriesgado seguir tratando de vendernos sus truños como cine de autor y como homenaje a la serie B. Os propongo que mañana en el trabajo os toquéis los huevos a dos manos todo el día y que media hora antes de salir cojáis un informe atrasado, le cambiéis la fecha, lo ensuciéis de chorizo y nocilla, lo arruguéis y se lo entreguéis al jefe diciendo que es un homenaje a los niños que no hacen sus deberes y dicen que se los ha comido un perro. Pues si a nosotros no nos funciona, ¿por qué se piensa que la gente va a pagar por ir al cine a verle?

El caso es que el jeta nuevamente se ha visto con dinero para gastar, nuevamente nos ha tomado por idiotas, nuevamente ha convencido a sus amigos para pasar el rato haciendo el tonto delante de las cámaras y nuevamente ha parido un despropósito de chicas guapas, tiros, peleas y explosiones sin mucha imaginación, poca coherencia y ninguna vergüenza. Y, encima, aburrida. A pesar de toda la pirotecnia, de todas las caras famosas y de algún que otro buen gag la película es innecesariamente larga y mortalmente aburrida, todo el rato lo mismo o más de lo mismo o un refrito de más de lo mismo.

Nivel de truño: Torrente es mil veces mejor que esto. Robert, madura de una puta vez y deja de amenazar con otra secuela más. Y vosotros dejad de reírle las gracias, que si no, no va a parar…