Thriller ejecutado con buena mano y firmado nada menos que por Damien Chazelle, uno de los recientes niños bonitos de Hollywood (a ver lo que le dura a la vista de sus últimos resultados), que barniza con una pátina de melómana sofisticación una historia ciertamente intrigante, pero con claras inspiraciones en productos como “A la hora señalada” y “Última llamada” (convenientemente, no demasiado recientes y no demasiado conocidos). Así, tenemos una trama, que algunos reconocerán y algunos no, en la que un ciudadano común se ve coaccionado por desconocidos a ejecutar alguna clase de plan contra su voluntad.

“Grand Piano”, seguramente buscando elementos diferenciadores, lleva la acción al elegante mundo de los conciertos de música clásica y se inventa un contexto realmente enrevesado. Yo diría que la película triunfa indiscutiblemente en lo primero, a nadie le desagrada una buena intriga entre bambalinas con el glamour de smokings y vestidos de noche. Con lo segundo tengo ya más dudas: si bien la parte psicológica de las psicopatías de unos y las insoportables presiones de otros, están bien traídas y bien interpretadas, la solvencia argumental oscila entre lo artificioso y lo estrambótico: los cimientos de la película soportan dos o, como mucho, tres giros y Chazelle ha metido diez o doce… con un par de tracas finales de regalo.

Por suerte para ella, las incoherencias y el despiporre aparecen en el cuarto final de película, cuando lo normal es que el espectador esté ya enganchado y le venza más el sentimiento de curiosidad que el presentimiento de decepción. Aún así, no deja malas sensaciones, pero sí de obra de relleno, de pasatiempo. Que no es poco.