Me dispongo a ver la peli, no en plan palomitero, sino en modo noche-de-pizza. Me entran las dos primeras porciones; el resto, se me hacen bola. Trato de sacar algún provecho del esperpento: Como psicólogo que indaga en las dinámicas culturales y sociales que rigen el mundo absurdo en que vivimos, barajo una hipótesis práctica para comprender la tesitura. Se nota a la legua que alguien está tratando de modificar el inconsciente colectivo para aunar culturas y establecer alguna suerte de amiguismo entre naciones. Una de dos: O a los chinos les va esta saturación y floritura hortera y digital o algunos estadounidenses se están equivocando mucho con ellos. Al menos a mí, como occidental europeo que queda en medio, este tipo de epiléptico espectáculo visual no entra dentro de la categoría de cine, ya sea de palomitas o bocados de primavera.

Los actores tienen mi simpatía. Y hay que ver cómo estarán las cosas de mal para que acepten trabajar en este tipo de megamemeces. Pero el dinero manda y, ante el megapoder de la industria digital, prima más la subsistencia que el buen nombre que uno pueda hacerse en el sacrificable mundo del séptimo arte.

No llevéis a vuestros hijos a estas fosas abisales. Allí sólo hay oscuridad; nada de conocimiento aprovechable.