Cualquier película de Allen tendrá siempre algún detalle muy bueno para resaltar. Independientemente de si nos ha parecido una completa decepción o un film más para dejar correr el tiempo, este sujeto se las arregla para ofrecernos ya sea un exquisito guión, un variado menú fotográfico, una sugestiva banda sonora o simplemente situaciones cotidianas y “banales” en las que se aprecia lo más profundo de la psicología humana, y es esto último lo que atañe mi mayor interés, pues no soy un gran observador de los detalles técnicos del cine. El Woody de finales de los sesenta y principios de los setenta me ha parecido ingenioso y entretenido, pero es a partir de cintas como estas que podemos disfrutar de su esencia. Todo lo viene gestando desde Annie Hall con los acostumbrados guiones sobre la relación de pareja que retratan infinitas incomprensiones sexuales y resultados que aunque predecibles, son honestos con el espectador, nada tienen que ver con la ridiculez gringa representada en tipos como Adan Sandler o Ben Stiller con el formato de comedia romántica que es el mismo desde los noventa: mediocridad argumental y excesiva sobreactuación.
En Todo lo demás, Allen nos da la pista desde comienzo cuando cuenta la anécdota sobre el taxista a quien larga toda la pesadez de la existencia humana, temas serios que finalmente nos rodean en cuanto a la forma en que manejamos nuestra vida. Por ello te invita a responder esta pregunta: ¿quieres afrontar el sufrimiento o disfrutas de él? , la solución de Woody simplemente es darle humor a la vida y al tiempo cortar de raíz con las ataduras; deja a tu agente, a tu novia, a tu trabajo, a tu ciudad y ármate porque estas solo. No me importa si hay demasiado ego del director en esta película, tampoco que en conjunto el haya hecho mejores, Allen me convence de verdad porque Todo lo demás encierra un gran concepto: Dile al diablo a todo. De las mejores sin duda.