Primer guión del muy sobrevalorado Cormac McCarthy escrito directamente para el cine, pedante como acostumbra su autor: un abogado (Michael Fassbender, el chico de moda) se mete en una operación de tráfico de drogas para poder casarse con su amada. La operación sale muy chunga y todos los que intervinieron en ella van palmando. Él no morirá, pero su destino será todavía más terrible... Por cierto, la traducción correcta de "counselor" es "abogado", pero vamos a dejarlo. Tenemos una película lujosamente empaquetada por Ridley Scott, el hombre al que después de Alien y Blade Runner íbamos a coronar como Dios, pero nos traicionó y se quedó tan campante. Tenemos un montón de actores guay: Fassbender, Bardem (con otro peinado imposible; este hombre no tiene remedio), Pitt (haciendo de Brad Pitt, sin despeinarse ni un momento, Cruz (embarazada, casi sin papel) y Díaz (lo mejor de la función). No quiero olvidar a Rubén Blades, que se marca un monólogo "marca de la casa" inconmensurable. Las escenas de crímenes, sobre todo el de Londres, están rodadas con la habitual pericia de Scott, pero todo, todo, es demasiado glamuroso para la sordidez de la historia. La crítica la ha destrozado y el público no la ha acogido como se esperaba. No hay para tanto. Cosas mucho peores hemos visto.
No me despediré sin dedicar un homenaje, sentido, a Cameron Díaz. Yo a esta chica la veo muy poco, porque se empecina en rodar estupideces rodeada de deficientes mentales que, entre otras lindezas, le embadurnan el pelo de semen, pero espero, y confío, en que con 42 añitos dé un golpe de timón a su carrera, algo como lo que hizo Sharon Stone en Instinto básico, y nos depare más alegrías. Esa cara de guarra, sin duda ganada a pulso, esos ojos hipnóticos de serpiente, esa expresión de depredador de vuelta de todo, merecen mejores oportunidades. Suya es la mejor escena del film, cuando se folla un coche. Hay que verlo para creerlo. Sin enseñar nada. Siempre es mejor sugerir que mostrar abiertamente.