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España España · Madrid
Voto de Charles:
7
Drama Emad y Rana deben dejar su piso en el centro de Teherán a causa de los trabajos que se están efectuando y que amenazan el edificio. Se instalan en otro lugar, pero un incidente relacionado con el anterior inquilino cambiará dramáticamente la vida de la joven pareja. (FILMAFFINITY)
13 de marzo de 2017
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
En el inicio, vemos una casa con paredes resquebrajadas, a punto del derrumbe, siendo evacuada por todos sus vecinos.
El matrimonio formado por Emad y Rana, actores ambos y profesor de instituto él, se apresuran por la escalera, mientras atrás dejan toda la rutina que conocen.
Tendrán que cambiarse de piso. Tendrán que empezar de nuevo. Pero hasta a eso se sobrevive.

'El Viajante' se abre así como un estudio particular sobre la huella que dejan los actos cotidianos, y en general analiza toda una sociedad, la iraní, consumida por ansias internas, la mayoría de las veces reprimidas por su severa ley religiosa.
Emad y Rana se mueven a un nuevo apartamento, casi de manera casual y nada complicada, mientras continúan sus ensayos teatrales y rutinas perfectamente delimitadas. Asghar Farhadi de hecho hace un esfuerzo consciente en dotar a esos momentos de una particular parsimonia, en los que se podría decir "no pasa nada"... y efectivamente nada pasa.
¿Por qué debería ser de otra manera?
Hasta que la tragedia sucede, camuflada dentro de lo cotidiano, y deja una huella imborrable sobre la que no se puede dejar marcha atrás.

Aquel apartamento recién adquirido tiene los fantasmas de una anterior inquilina disoluta, y dichos fantasmas aún vuelven a visitarla, da igual que ella ya no esté allí.
Una agresión ejercida a Rana se convierte entonces en el estigma insalvable sobre el que toda una comunidad de vecinos no tiene problema en expresar su (desagradable) opinión, y hasta Emad se verá incapaz de mantener una fachada de frío (masculino) control sobre la situación. Uno no puede estar seguro ni en su propio barrio, ni en la supuesta tranquilidad de un nuevo hogar.
La confianza entre Emad y Rana, los cimientos de un matrimonio común, se empiezan a resquebrajar ante una inquietud que se ha colado sin que hayan podido combatirla.

Es fascinante como Farhadi expande un misterio semi-convencional en todo un extraordinario drama social con apenas cuatro detalles: el agresor se dejó objetos detrás, ya no es una bestia terrible e incierta, sino un ser humano que huyó asustado dejando su furgoneta.
Vehículo ese que funciona como tótem de culpa, convenientemente movido por ambas partes de la pareja: Rana lo deja lejos con la esperanza de que desaparezca, mientras que Emad lo mueve cerca, bloqueando el paso en el garaje, como un recordatorio molesto al que hay que poner necesaria solución.
El teatro de ambos funciona del mismo modo, transformando "Muerte de un Viajante" de Arthur Miller en la adecuada metáfora de una sociedad reprimida e inmisericorde, que estando encerrada en sus culpas actúa dejando escapar una falsa risa donde marque el guión para aparentar que todo sigue bien, mientras cada vez tenemos más claro que ocurre lo contrario.

De entre las planicies de la rutina, se ha formado un monstruo voraz, alimentado por una vaga idea de honor a la que Emad quiere hacer justicia (su propia justicia), como si fuera la única cosa que le ha impulsado siempre, cuando vemos que ha sido capaz de ser marido afectuoso, profesor distendido y mejor amigo de los niños.
En el lado contrario, Rana solo quiere recuperar una vida que se les ha arrebatado violentamente, que muere a cada minuto entre los sucios secretos de los vecinos y los miedos irracionales que su situación le ha provocado.

La triste realidad, sin embargo, les sorprende dándose cuenta de que los actos horribles ya han pasado, y en su vida se han infiltrado.
Ellos, como toda una generación oprimida, deben convivir con ese carácter definitivo de las cosas, mientras intentan maquillar esa rabia e impotencia volviendo a calzarse el disfraz de "buenas personas" que creían ser. Una última puñalada que Farhadi se guarda, bajo la apariencia de un suspense desesperante en el que nunca ha habido mala baba, sino patetismo y humillación.
Y a eso, al contrario que a un edificio agrietado, nadie sabe si se sobrevive.
Charles
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