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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Drama Tras doce años de ausencia, un joven escritor regresa a su pueblo natal para anunciar a su familia que pronto morirá. Vive entonces un reencuentro con su entorno familiar, una reunión en la que las muestras de cariño son sempiternas discusiones y la manifestación de rencores y reproches. Adaptación de una obra teatral de Jean-Luc Lagarce. (FILMAFFINITY)
7 de agosto de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Un buen día, Louis decide terminar con su vida.
Se trata de una decisión aparentemente razonada, que llega antes de tener oportunidad de conocerle, pero es una decisión por la que, irónicamente, ya se le puede conocer.
Es lo que hay, llegó el final, solo queda un tiro y más vale acertar, aunque sea más difícil que nunca poder hacerlo.

'Sólo el Fin del Mundo' no es, paradójicamente, el fin del mundo.
"Sólo" es una cena en familia, "sólo" es un reencuentro entre personas largo tiempo olvidadas, "sólo" es una vuelta a una casa familiar que hace mucho dejó de serlo.
Es el fin del mundo, pero es relativo, el fin de un mundo cotidiano y palpable, mil veces visto y otras tantas contado, que puede darse cualquier noche de cualquier año.

Lo más triste, o quizá lo más nostálgico, es que en ese conjunto de alegre rutina parece haber, a trozos, a pequeños vistazos, claridades de algo a lo que a Louis le habría gustado pertenecer, si las cosas hubieran salido de otra manera: ahí está la tímida Catherine hablando de un hijo al que le ha puesto su nombre, la joven y rebelde Suzanne ya es toda una mujercita que pide el entendimiento de un hermano mayor, su madre Martine no deja de amenizar la comida como solo una madre sabría hacer, y hasta los comentarios su hermano Antoine, ariscos y desafortunados, se echarían de menos si no estuvieran ahí.
Pero no pudo ser, o si se pudo siempre faltó algo que decir, eso mismo que más tarde Louis derrochó en los artículos con los que ganarse la vida y granjearse cierta admiración en la distancia por parte de sus hermanos ("¿escribías postales porque querías que el cartero viera lo que escribías?"). Porque siempre estamos dispuestos a darlo todo a todos, menos a los nuestros.
Louis vuelve al lugar que dejó atrás, y se da cuenta de que nunca llegó a conocerlo, por mucho que un par de postales le dieran la tranquilidad de que seguía existiendo un vínculo con él.

Se hace presente el viejo tópico de "nunca olvides tus raíces" pero, a la vez, se hace patente que es imposible olvidarlas: cómo borrar la tradición de los domingos o las historias de siempre contadas una y otra vez, aunque solo sea porque tenemos la maldita manía de revivirlas cada vez que nos juntamos.
Louis intenta saldar su deuda con el pasado, a la vez que quedarse tranquilo para afrontar su negro futuro, y sin embargo solo consigue rescatar recuerdos desordenados de canciones del ayer que se convierten en dulces y cotidianas intimidades familiares, que no rellenan el hueco de silencio y resentimiento que permanece entre unas personas a las que se sigue sintiendo inexplicablemente conectado.
Me sale la tentación de llamar a todo esto "zulo de mierda" como dice Antoine, pero sería hipócrita negar que todos llevamos esta mierda propia, y que quizás nos pasamos la vida huyendo de ella con éxito, o por el contrario logramos abrazarla para hacer las paces con ella.
Porque la familia es lo que es, pero, a la vez, demasiadas veces, también es mucho más: un refugio al que intentamos volver, aunque esté arrasado y comido por los estragos del tiempo, mientras todos sus miembros intentan mantenerlo a flote a su manera.

Quizá lo mejor sea hacer caso a Antoine (el que menos parece pensar, pero también el que más da qué pensar) y dejarse de historias, ir directos al grano sin rodeos, porque la familia nunca los necesita, y la vida en general tampoco debería necesitarlos: hay ciertas "mierdas" que son lo que son, y por mucho verbo florido que les añadamos o significado que queramos darles, mierdas se van a quedar, y mierdas habrá que quererlas.
Pero también me quiero quedar con el ejemplo de Martine, que como toda buena madre sabe cuándo hacer el tonto y cuándo decir las cosas, exclamando que valen las promesas, las palabras de ánimo y las sinceridades, aunque solo sea porque no vayan al saco de cosas que nunca se han dicho.

Louis, como todo buen observador artístico, pero también como miembro del hogar familiar, intenta conciliar ambas posturas, pero la conclusión final queda en el aire, lista para ser vista según cada cuál.
Puede que nunca se salga de los lazos familiares, e incluso que solo nos aten a nuestros recuerdos. También puede ser que, mirado de lejos, solo haya un barullo de gente intentando entenderse, y fingiendo que tienen que escucharse por alguna tradición que dejó de tener sentido.
Pero no pasa nada, como dice Martine... "saldrá mejor la próxima vez".

Es lo que tienen los fines del mundo.
Que "solo" son tan importantes como queramos que lo sean, o como se ven cuando alejamos lo suficiente la foto familiar.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Charles
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