Una secuela con Jason Bourne tiene su truco.
Parecería que solo se está estirando el chicle de lo que en esencia era una historia bien contada, pero de igual manera que la primera camuflaba una importante reivindicación de humanidad bajo la apariencia de acción sofisticada, aquí se elige hablar de las consecuencias de un pasado oscuro que no puede dejarse aparcado como si tal cosa.
No en este mundo moderno, donde cualquier acción queda registrada por muy hondo que se entierre.

'El Mito de Bourne' entonces, como ya adelantaba su primera parte, habla en realidad de lo frágil que es la individualidad entre intereses globales, pero a la vez evoluciona a su protagonista y lo erige en luchador por esa individualidad: nada mejor que un hombre sin pasado, y desgraciadamente sin nada que perder, para plantar cara a un orden que cree tener controlada cada persona que aparece en una cámara.
Jason Bourne una vez más se da a la fuga bajo la amenaza de Treadstone, la compañía que le creó, y acosado por enemigos invisibles que le recuerdan un pasado brumoso donde él era el malo. Cuando le conocimos estaba a punto de matar a un hombre inocente y no lo hizo, pero nadie asegura que otras veces tampoco lo hiciera.
El dilema de si Bourne fue capaz de matar a sangre fría flota en el aire y le plantea la cuestión: ¿cuántas vidas robó antes de que le robaran la suya? Una interesante vuelta de tuerca, porque en la primera nunca le vimos hacer nada malo a alguien que no se lo merecía.

¿Claro que quién "se lo merece" en realidad?
Desde el punto de vista corporativo o gubernamental se dibuja una realidad desoladora que todos los días pasa desapercibida para el ciudadano de a pie: la utilización de engaños, manipulaciones y traiciones para cubrir la basura que dejan los poderes en la sombra, donde cabe siempre el error humano, y casi todas las veces acaba pagándolo alguien que no se lo merece.
Una Joan Allen monumental en la piel de Pamela Landy nos sumerge en esa realidad y proporciona una contrapartida a la altura de Bourne, al ser una persona cansada de lidiar con la mierda que dejan ex-jefes faltos de moralidad, pero sin por ello dejar de contar conque muchas veces hay que ocultar esa misma mierda debajo de una alfombra bajo la que esperamos que nadie les descubra.
Y Jason Bourne es el que tira de esa alfombra: consciente de que tapa demasiado dolor ajeno, más capaz que nunca para hacerlo porque los mismos que le crearon le han dado las armas necesarias.

En este mundo moderno sin responsables, Jason Bourne se atreve a dar la cara, a pedir perdón por todos los que no lo hacen ni les importa.
Y luego se esfuma cual fantasma entre la multitud, como no puede ser de otra manera. Un mito moderno.