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España España · Madrid
Voto de Charles:
8
Ciencia ficción. Thriller. Terror Cuando su marido desaparece durante una misión secreta para regresar sin recordar nada, la bióloga Lena se une a una expedición a una misteriosa región acordonada por el gobierno de los Estados Unidos. El grupo, compuesto por 5 mujeres científicas, investiga la zona X, un intrigante lugar controlado por una poderosa fuerza alienígena. La zona X es un lugar al que han ido otras expediciones, pero del que ninguna ha vuelto. (FILMAFFINITY)  [+]
23 de marzo de 2018
28 de 36 usuarios han encontrado esta crítica útil
Como especie, siempre intentaremos ser el último escalón.
No lo podemos evitar, está grabado en nuestro código genético, esa necesidad de ser todo lo que quede, y todo lo que será.
Así sólo nos tendremos que preocupar de nosotros mismos, de esa perfección que se nos marchita cada día, de esas estabilidades que rompemos sin querer, de todo el resto de inseguridades que nos harán perecer.

‘Aniquilación’, como película, desvela algo que se nos hace insólito: el cambio sucede, y no está en nuestra mano decidir lo que nos deje.
A Lena, por ejemplo, la desaparición de su marido le deja tristeza y vacío, por lo que pinta su cuarto, para evitar que le recuerde a esas mañanas en cama donde todo tenía sentido. Un cambio se impone a otro, inconscientemente, y con suerte traerá otra cosa.
Pero su marido vuelve del silencio que duró un año, sin nada que recordar, sin un solo detalle que pueda brindar la tranquilidad de que no le ha sucedido nada más. Hay que alabar la inteligencia cinematográfica de Alex Garland: esa manera de introducirle por la cual pensamos que será recuerdo brumoso pronto deja claro que está sucediendo de verdad, y nos damos cuenta de que la perspectiva de haberle perdido (un cambio permanente) era más tranquilizadora que verle habitar espacio de repente (un cambio incierto, desafiante, perturbador).

El Área X refulge entonces en el horizonte de Lena, transmitiendo una solemne quietud que no parece el origen de tantas mentes fracturadas y personas desaparecidas, llamándola con un enigma más allá de lo racional: no deja de tener cierto sentido que nos atraiga la inestabilidad que enfrenta nuestra soberbia racional; lo que no se puede explicar y aún así tiene lugar.
Un equipo de investigación comandado por la Dra. Ventress sirve de perfecta excusa a Lena para adentrarse en el parque natural y entonces… nada.
Allí dentro existen días que no se han visto pasar. La desconcertante levedad de que se está robando la propia presencia en cada nuevo lugar. Y la idea, oscura y aterradora, de que los límites se expanden, abandonando toda frontera material.

Es lo más parecido a un sueño, a una pesadilla también, quizás.
Pero por cada cadáver fosilizado, incrustado en una naturaleza que no supo respetar, por cada perturbadora visión tentacular al borde de la locura… existe belleza, quietud, posibilidad. Un orden propio dentro de un aparente caos, que otros llamarían enfermedad.
Y se deja notar la idea de que esto es lo que nos aterrorizaba de verdad: por fin un entorno donde existe una respuesta apropiada a ese impulso biológico nuestro de autodestrucción del que habla Ventress.
El mismo que ha llevado a Lena hasta allí, el mismo que en mayor o menor medida ha guiado a todas sus compañeras, tirando de vidas desestructuradas que buscan ese “algo más”, una razón por la que morir o quizás una manera de cambiar.

Pero ese cambio cuesta, claro está.
Ninguna sabe lo que de ellas se quedará, o tal vez si había algo que conservar en primer lugar.
Es el miedo más irracional, el que lleva enfrentando la evolución desde el principio de los tiempos, el que el ser humano ha olvidado porque quiere quedarse en promesas que vayan a durar.
Y, sin embargo, pese a que horrendas criaturas suplicantes prevengan de lo que vaya a quedar… también hay paz en entregarse al cambio, dejarse llevar por su juego y comprobar, al final, si de verdad el cambio nos deja algo que ganar.

En este viaje sensorial, Garland ha dejado al descubierto cómo podríamos reaccionar ante lo irracional, comprobando que nos cuesta aceptar que todo tiene un final, y que no carece de sentido porque vayamos a dejar de brillar.
Por eso, es excepcionalmente bello que el final encuentre una metáfora adecuada de cómo somos capaces de abrazar el cambio, concluyendo que todo debe cambiar si queremos que siga siendo igual.

Nuestras células esperaron miles de millones de años de evolución para poder amar.
Sería irracional no pensar que eso, de cualquier forma, se podrá conservar.
Charles
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