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Costa Rica Costa Rica · Me encantan las galletas
Voto de Javier Moreno:
6
Comedia. Drama Marcel Marx, famoso escritor bohemio, se ha exiliado voluntariamente y se ha establecido en la ciudad portuaria de Le Havre (Francia), donde vive satisfecho trabajando como limpiabotas, porque así se siente más cerca de la gente. Tras renunciar a sus ambiciones literarias, su vida se desarrolla sin sobresaltos entre el bar de la esquina, su trabajo y su mujer Arletty; pero, cuando se cruza en su camino un niño negro inmigrante, tendrá ... [+]
27 de mayo de 2013
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Marcel Marx, cuyo nombre recuerda al existencialista y cuyo apellido mezcla el humor y la responsabilidad social, ha cambiado de vida.

Como limpiabotas, en la ciudad portuaria de Le Havre, se gana (o malgasta) la vida que le queda. Atrás queda su ilusión del barrio parisino en la que su fama como escritor le causaría un inmenso daño que dejamos a la imaginación del espectador. Prefirió un retiro, tal vez artístico, tal vez moral, en el que no encontraría nunca más razones por las que preocuparse. Sin embargo, inevitablemente, los acontecimientos le llevarán por la misma senda que todo hombre ha de recorrer: la determinación de la acción en base al necesario uso de la libertad. Por ello que vea enfrentada su inherente moralidad con la firme frialdad del proceso burocrático del sistema.

Con más Kafka que Fellini. Un Haneke sin casi humanidad, más cercano a la nieve y al pasto yerto que a la templada tierra de fruto. Kaurismäki retrata ese "proceso" en el que un individuo se siente inútil y ahogado por un sistema ininteligible y desesperante que actúa sin razones y se define infinito. Las normas se imponen por costumbre, sin rito ni adecuación, y aquel que nunca perteneció necesita renacer la fuente de sensatez.

Se trata del mismo western de la Biblia, contada para contemporáneos. Un tipo que no parece seguir las normas, al que nadie cree, parece tener un método en el que confía para vivir cómodamente. La comunidad lo desprecia, lo empuja al abismo del "proceso", lo denuncia. Entonces la libertad de aquel que quiere actuar en nombre de todos, como humanidad, se yergue entre opiniones para hacer prevalecer la razón. Otro loco entre molinos que es impelido por su responsabilidad y habrá de ser llamado legislador después de todo. Las palabras no van a ser entendidas, todos en aquel lugar hablan un idioma completamente diferente. Por ello que necesite de sus acciones llamativamente correctas.

Marcel vive con su mujer una vida que no resulta agradable. Los vecinos no lo tienen por amigo, y su única vía de escape es la bebida y el solipsismo. Pero al conocer el problema de inmigración que acecha a la comunidad de los estados llamados de bienestar, se fijará en la vida de un niño negro que ha de sobrevivir en la clandestinidad. Esa paradoja de llamar ilegal a una persona. Esa sinestesia por la cual confundimos dos conceptos diferentes que afectan a sentidos contrapuestos. Su vida tendrá ahora un objetivo, pues ayudar al joven en peligro será vital. Como es de prever, el mecanismo del sistema, a manos del prefecto, sólo cumplirá incuestionables órdenes, y se creará el conflicto.

Su mujer, mientras tanto, enferma y es ingresada en el hospital con un terrible pronóstico. Sin embargo, nada parece importar y todo sucede fríamente con la coherencia de un engranaje electrónico. Entonces, en el momento crítico en el que un ser humano ya no puede seguir luchando, el sistema se resquebraja dejando lugar a la razón, y su misión se lleva a cabo con la ayuda de aquel prefecto que recuerda su natural disposición para la acción. Humaniza a sus vecinos por encargarse de aquello que todos harían si estuvieran en su lugar, humaniza en parte al sistema, y por fin todos aciertan en su apreciación: ese hombre es la ley. Y como el llanero solitario, conquista a la chica, pero ha de seguir su camino.

En su aventura, que resulta algo aburrida ciertamente, reúne viejos amigos en lo que recuerdan como amistad, reconoce a los buenos seres que hay a su alrededor, ayuda al necesitado, pero sobre todo, crea su universo paralelo en el que las cosas sucederían tal y como deben. ¿Real? Probablemente no. Pero aquí entra en juego mi visión de la película:

Marcel se siente exiliado en una vida que no comprende ni desea. Al beber y al encontrar una razón por la que vivir, cambia los parámetros por los que se ve rodeado, y así genera una situación mucho más sostenible, difícil, pero asumible. Por eso todo empieza a cambiar. Su mujer enferma, los comerciantes le ayudan, etc.

La simbología se escapa a casi todos, probablemente haya 3 o 4 eruditos que aprueben y conozcan todas las metáforas de sus figuras, como la piña, los cuadros en la pared, el color de toda la película, entre la irrealidad y el ultraísmo. Más allá de cualquier estética actual, Kaurismäki se atreve (con mucha presunción, no se nos olvide) a elaborar un nuevo Proceso, un nuevo Quijote, un nuevo western de paradigma bíblico. Los diálogos, de un hieratismo preocupante, mantienen nuestra atención a sabiendas de que hay un propósito detrás. Y nos siembra esa duda con el atractivo del nuevo arte, que por desconocimiento magnetiza. Pero no estamos seguros de si es una obra maestra o una simple triquiñuela de los nuevos beatniks.

En el reposo y el recuerdo se forja una película más redonda que en el simple visionado. Claro que se aceptan los improperios de aquellos que no sabían a lo que venían, pero tengamos en cuenta quién es este tipo antes de lanzar nuestros propios zarajos. Excesiva, tal vez, pero muy acertada en toda la puesta en escena. Sin embargo, no resulta una cinta entretenida ni vibrante.

Recomendada para aquellos círculos de valientes experimentadores, y también para los abotonados que se autoproclaman hipsters.


Ah, y como nota de humor, me quedo con "Siento la muerte de su marido. -No se preocupe, era fatalista."
Javier Moreno
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