La contundencia con la que empieza "San Francisco, ciudad desnuda" es para mí un regalo inesperado que me reconcilia con el cine de los años setenta. Tras esos minutos de suspense que preceden al tiroteo en el autobús y la presentación de los personajes principales cualquier cosa que venga (y son muchas) inevitablemente es un camino en descenso. No es una queja, hay muchas historias que empiezan igual de bien y luego se convierten en un desastre absoluto, en este caso se empieza muy alto y es normal que no se siga tan arriba. Su decaimiento se hace mucho más digerible porque realmente sigue su ritmo necesario, el de una investigación lenta con muchos cabos que atar y al paso de un Matthau que lógicamente no estaba para correr cien metros al sprint o dar cabriolas.

Al lado de Matthau un enorme bigotazo en la cara de un espectacular Bruce Dern, rodeados ambos de un sinfín de secundarios tocados por la barita, creíbles todos ellos desde el jefe vehemente a la puta de la esquina. El retrato que se hace de San Francisco, y creo que es éste el gran objeto directo de la película, es crudo y sórdido. La época de los hippies y su estilo de vida idílico se solapaba con otra realidad, en el mismo corazón de San Francisco, una realidad no tan sana ni pacífica, diría lo contrario visto lo visto. Las bofetadas caen de un lado a otro si hace falta entre yonkis y parásitos mientras la investigación y el riguroso guión siguen su ritmo. Todo quedará atado por gracia y ventura de la pareja de polis, con mejor o peor gusto pero el ciclo se cierra en un final en el que la sensación de tristeza es inevitable. ¿Por qué es triste?; ¿qué se arregla resolviendo el caso?; a Matthau le sigue esperando la misma escena en casa y el hervidero de la ciudad seguirá escupiendo el mismo hedor...