Si hay quienes no rajamos más de lo que hacen otros de "El furor del dragón" es por el magnetismo que desprende Bruce Lee, cuyo lucimiento expreso no nos importa porque es simpático, buenazo y porque sus patadas voladoras suponen una nostalgia que sólo los mitos desaparecidos como él pueden provocar incluso a espectadores despistados como yo, que veo una de sus películas 40 años después. Ciertamente la película no es muy buena, de hecho, si valoramos el conjunto de opiniones que se dan, la mayoría de usuarios señalan sus evidentes carencias en el guión. Nadie dirá que esta película es un paradigma del cine, nadie dirá nada sobre la destreza del ritmo, de la cámara, la grandilocuencia de los actores o la sutileza del guión: nada de eso, pero lo que tiene "El furor del dragón" no lo tiene el resto de películas de acción o de artes marciales, tiene a Bruce Lee, a sus patadas, a sus leches, los dardos improvisados que lanza y hasta sus infinitas ganas de ir al lavabo con sonrisa incorporada.

No quiero dejar de hablar del peludo Chuck Norris, que en su primera aparición en pantalla (que yo sepa y según FA) no pronuncia ni una palabra y acaba apaleado, o lo que es lo mismo, se encuentra en las antípodas de lo que será, el infalible machote poseedor de la verdad. Al menos tiene gracia mirar para atrás y encontrarse con curiosidades de este tipo.