Como dijo mi hombre Jet Black con su habitual seriedad, la vida es un ciclo interminable de inicios y finales, y, especialmente, de finales que no queremos afrontar. El dolor, los recuerdos, el pánico. Pero de eso se trata ser humano, de afrontar el cambio con la cabeza alta.
Esta cinta del genio neoyorquino ahonda en la idea del cambio, con un abigarrado protagonista que no sabe ni es capaz de hacer frente a los necesarios cambios, a los finales. Como confiesa con alevosía, siempre espera a que le dejen, él no sabe hacerlo. Y aquí es donde entra el propio Woody, un hombre de principios, de ideas, con la frente marchita, que ya lo ha vivido todo por lo que ya nada puede perturbarle.
El viejo neurótico se convertirá en su mentor y le enseñará una serie de lecciones de valor incalculable, que harán comprender a nuestro apocado protagonista que necesita empezar a valerse por sí mismo, alimentándose de la soledad de los dioses y las águilas.
En definitiva, estamos ante una historia sobre el miedo y sobre la importancia del cambio, de aprender a reír y llorar mientras echamos la vista atrás con orgullo y altivez.