La preciosa Elle Fanning da vida a la mítica autora de Frankenstein, Mary Shelley. Su vida pero, sobre todo, su obra, ya han sido exploradas en diversas ocasiones en la gran pantalla, pero nunca esta de más un acercamiento más personal a la persona de Mary, que es lo que propone esta cinta.
Fue tan incomprendida como lo fue y ha sido siempre su creación, su hijo Frankenstein. Lejos de la imagen de aterrador y maligno monstruo que nos ha presentado desde que eramos críos la cultura popular, Frankenstein es la historia de un chico sensible e incomprendido al que el mundo y su creador le han negado el amor, convirtiéndole en un ser errante y pesaroso. El chico se enfrenta al mundo, el chico pierde.
Como decía, Mary, al igual que su criatura, fue desde su más tierna infancia un personaje trágico. Privada del amor y la ternura, marcada por la muerte de su madre y la alambicada frialdad de su padre, no encontró tampoco en el bueno de Percy el amor que necesitaba un alma sensible. Este y otros acontecimientos la sumieron en periodos de depresiva desesperación, esa desesperación tan necesaria para transmutar el oro, para crear el arte verdadero.
Lo más interesante de la pelicula es como nos muestra con acierto este proceso, haciéndonos testigos y participes de sus penas y alegría, guiándonos por esa serie tan particular de gérmenes que llevaron a Mary a la realización de su obra definitiva; una obra, en definitiva, sobre ella misma, sobre su monstruo interior.