No es la primera vez que una película de Guillermo del Toro me deja con sensaciones enfrentadas. Por un lado, en la forma es una película excelente. Tiene una estética, ambientación y fotografía dignas de premio. La realización (con estilo clásico) y la dirección de actores también muestran un gran dominio del oficio. Este hombre sabe contar muy bien sus historias.
Pero en el otro lado, dicha historia no es tan redonda. Sin duda la premisa es atractiva. Seguimos a un impecable Bradley Cooper (enganchado al tabaco como todo antihéroe del género negro) en sus andanzas de estafador buscavidas en los años 40. Todo se estructura en tres actos y un epílogo. Pasamos de estar en una feria ambulante plagada de actores famosos, al mundo del mentalismo, y de ahí al espiritismo. El problema, en mi humilde opinión, es que el film va claramente de más a menos, perdiendo interés y gancho según avanza su metraje. Creo que en parte es porque le falta algo de fuerza a nivel de giros y suspense, pero sin duda también porque es excesivamente larga. Parece que todas las películas actuales que tengan un buen presupuesto tuvieran que llegar por obligación a las dos horas y media. Y de esta forma, se me ha terminado haciendo pesada al llegar al final, a pesar de su curiosa moraleja de fábula.
Por supuesto, es solo mi opinión, pero la veo tremendamente desequilibrada entre lo que cuenta y cómo lo cuenta. Quizás con media horita menos habría resultado más satisfactoria.
Y no es porque me estuviera esperando algo más de fantasía por ser de quien es.
Por cierto, ¿Cate Blanchett nunca envejece? No pasan los años por ella.