El cuarto año en Hogwarts nos trae como principal aliciente el torneo de los tres magos, con tres peligrosas pruebas, y en el que Harry se ve obligado a participar.
Esta parte es claramente un punto de inflexión en la saga. Por un lado, cambia el tono relativamente infantil de las primeras por otro más juvenil, que tampoco se parece al maduro de las últimas. Además, la escena final (que no desvelaré), promete cosas muy interesantes para las siguientes partes.
Ya a estas alturas, la escuela, los chicos y resto de personajes son como de la familia.
Entre las nuevas incorporaciones, esta vez le toca ser secundario de lujo a Brendan Gleeson, como nuevo profesor de defensa contra las artes oscuras. Su actuación es cómica y un poco siniestra a la vez.
El cambio en la dirección no se nota demasiado respecto a la anterior. A quien sí echo en falta es al grandioso John Williams a la batuta. La nueva banda sonora es buena, pero añoro el estilo habitual del maestro.
Toda la parte que corresponde al baile, para mi gusto le sobra totalmente. Sé que en el libro está, y que esta adaptación sigue siendo relativamente fiel al texto original. Pero la inserción de esto por parte de J. K. Rowling hace que el ritmo y la calidad general de esta entrega baje algunos puntos. Que esto parece una mala historia de institutos cuando se ponen en plan adolescente. Con el crecimiento de los alumnos, algo de esto tenía que haber tarde o temprano, pero a mí no me termina de convencer.
Las pruebas sí que son muy interesantes, especialmente la del dragón, que incluye la mejor secuencia del film y una de las mejores de toda la saga.
En resumen, una película puente en la saga, que no es ni la mejor ni la peor, con las virtudes habituales pero también con algunos defectos, como ya he comentado.