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Voto de Nacho Ambigú García:
9
Thriller Basada en la vida real de Barry Seal, un piloto de la TWA reclutado por la CIA que se convirtió en un importante narcotraficante que movía droga para el cartel de Medellín de Jorge Ochoa y Pablo Escobar entre los Estados Unidos y Centroamérica, viéndose involucrado en importantes sucesos de los años 80 como el escándalo Irán-Contra. (FILMAFFINITY)

3 de septiembre de 2017
26 de 31 usuarios han encontrado esta crítica útil
El fulano en cuestión, Barry Seal, era un piloto de la TWA que se sacaba propinas trapicheando con puros cubanos y otras minucias, y cuya habilidad para hacerle la competencia desleal al duty free no pasó desapercibida a sus compatriotas de la CIA, que lo terminaron reclutando como transportista por esas guerras de Dios y papá Reagan.

Con tanto trasiego, la destreza de Seal no tardó en convertirse en reclamo para hombres de negocios tan ilustres como Pablo Escobar y sus socios de Medellín, o el general Manuel Antonio Noriega, así que el ex piloto comercial no desaprovechó su nueva faceta mercenaria y se las ingenió para compaginar sus misiones patrióticas (fotos aéreas del enemigo, suministro de armas a la contra nicaragüense, etc.) con el oficio de camello al por mayor, lo cual le reportó tanta pasta que no llegó a caberle (literalmente) en casa.

Así fue hasta que su antaño valiosa contribución pasó a ser un peligro para los culos apoltronados. Esos mismo culos que dejaron a Seal con el suyo al aire (un trasero que, por cierto, vemos también literalmente un par de veces, haciendo eso que se llama “un calvo”, inmejorable metáfora de lo que en el fondo resultó ser todo este tinglado).

Una historia real con la que cualquiera se imagina a Michael Moore babeando o a Oliver Stone relamiéndose —o viceversa—, pero que ha sido Doug Liman quien se ha ocupado finalmente de filmar, y eso significa que el aspecto lúdico importa tanto como la denuncia política, y desde aquí brindamos por ello, porque el resultado es sobresaliente.

Liman aplica una fórmula narrativa que es casi una réplica de la que Scorsese empleó en películas como "Uno de los nuestros" o "Casino": montaje frenético a ritmo de éxitos rockeros, relato en primera persona del protagonista (a veces como voz en off y a veces mirando directamente a la cámara), destellos satíricos o cien por cien cómicos que no atenúan sino que incluso subrayan aún más la crueldad de ciertos episodios… Y sumado a todo esto, la ausencia total de imposiciones morales, estampas paisajísticas de síndrome de Stendhal, y un uso antológico de las imágenes de archivo, con gags dignos de "El intermedio", como el del matrimonio Reagan aconsejando a los niños que no se droguen o el momento “camaleón” de Bush padre para eludir una pregunta comprometida.

Tom Cruise, que acostumbra a pasarse de rosca tanto en casa como delante de la cámara, es un buen actor cuando quiere, y aquí parecía quererlo de verdad.

"Barry Seal: El traficante" es valiosa por sus virtudes reivindicativas y documentales, pero no menos por ser un entretenimiento de primera categoría. Al cine se va para eso; o al menos es lo que yo entendí.
Más información en http://ambigugarcia.blogspot.com.es/
Nacho Ambigú García
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