Vale que la película es buena, de eso no cabe duda. Que si sus personajes perdedores, que si las lúgubres calles por donde pululan, que si el aroma de fatalidad... Es tan obvio que da pereza insistir.
Pero también hay que reconocer que el atraco es ridículo por las facilidades, que la perdición por una máquina de discos entra en el capítulo de fatalidad forzada más grande de la historia; que el gran tour de force final granjero-equino de Sterling Hayden es chusco por más que se quiera de gran tragedia griega... Venga, no nos engañemos. Para pintar a un miserable no hace falta ponerlo a sudar, es brocha gorda. La gran revelación del film es la actuación, la memorable creación de un personaje que realiza el gran Louis Calhern. Es el verdadero polo magnético que imana a todo lo que le rodea, incluida la primeriza Marilyn, (si alguien se acuerda de ella en esta película no es porque esté deseable, que lo está, sino porque la desea Calhern).
Se sirve todo frío, con una planificación y unos encuadres meticulosos, casi de cine europeo. Si la responsabilidad es de Huston, (en el cine nunca se sabe), hay que admitir que le queda de lujo. Las luces, los tétricos pasillos, el ambiente opresivo los hubiera puesto también cualquier otro director, pero hay un toque personal, sin duda. Intento buscar otra palabra que no sea del campo semántico de "derrota" para ser original y referirme a esa caterva de desgraciados sin afeitar, pero no la encuentro. Con sesenta años debería ser casi una reliquia, pero se le puede dejar puesta su medalla de "clásica"