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España España · santiago de compostela
Voto de berenice:
9
Musical. Drama Inglaterra, siglo XIX. Oliver Twist (Mark Lester) es un pobre niño que escapa de un orfanato y llega a Londres en busca de fortuna. Allí tiene la mala suerte de ser reclutado por un granuja llamado Fagin (Ron Moody), jefe de una banda de jóvenes ladronzuelos que roban a los transeúntes. Adaptación en formato musical de la famosa obra de Dickens. (FILMAFFINITY)
18 de marzo de 2013
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Me da un poco de reparo admitir que “Oliver” es, también, cine espectacular, como todo el mundo dice. No es que tenga nada en contra de ese cine, al revés, pero siempre que una película me tocó el corazón solía ser con momentos íntimos; “Oliver” los tiene, y ¡qué momentos!. Pero, al final, lo admito: es espectacular, maravillosamente espectacular. Supongo que tal afirmación general reposa, sobre todo, en los dos impresionantes números musicales en las calles de Londres, a plena luz del día, (Consider yourself, Who Will Buy?). Aunque no nos olvidemos que muchas partes del film son de tono más intimista, o se ruedan en espacios mucho más cerrados. En este sentido, la mezcla de melancolía y bravura es perfecta.
Algunas escenas denotan a un cineasta muy grande tras la cámara, y la convierten en la mejor adaptación de la novela de Dickens, pero de largo, de muy largo: en la escena del niño vestido como negro sufriente contrastando con la nieve, (basta el contraste de esos dos colores para una composición apabullante), el clima es verdaderamente lúgubre, espectral, trasunto maravilloso de una época sin esperanza para tanta gente. Para la antología más exigente del Séptimo Arte queda la interpretación de Ron Moody, que no se limita a estar genialmente histriónico cuando es necesario, sino que es capaz de alcanzar una profundidad en la mirada que te deja pensativo, como cuando, en un inolvidable primer plano, observa al recién llegado niño y los espectadores le leen el pensamiento, mezcla de piedad y determinación inexorable, sin necesidad de una sola palabra. Sólo ese momento es mejor que la película entera de Polanski. Sólo ese momento habría que ponérselo mil veces al idiota de Tom Hooper de “Los miserables”, a ver si se entera de qué es un primer plano. Pero, ¡si sólo fuera ese momento! Toda la primera hora de la película es un prodigio de ritmo narrativo, ora suelto, ora atemperado, que corta el aliento. La aparición de Bill Sykes por el callejón, (también imponente Oliver Reed), y sus inquietantes silencios rezuman un talento cinematográfico que yo creía olvidado: no es sólo la luz y el decorado, es la expectación que se nos ha ido creando con esta aparición, la angustia de los que ahora ya intuimos que la pureza se pudrirá con su llegada, sin remedio. Y, cuando llega el momento, hay silencio, aplastante silencio, no música. Bill Sykes, tremendo pero velado, por aquella cortesía hacia el espectador que era habitual en aquellos tiempos, a menudo por censura, pero también por elegancia ¿Para qué recrearse en la mierda, en la brutalidad, en la barbarie…en la muerte de la inocencia? Dickens perdonó, y hasta puso final feliz, y perdonan la mayoría de adaptadores, pero Carol Reed sugiere demasiado con estos Fagin y Sykes…sin necesidad de vísceras.

Buf, son demasiadas las escenas gloriosas, de cine en estado puro. Hay, no obstante, un pequeño bajón rítmico hacia el final de la película, que se vuelve un poquito más teatral, (ayudando el reiterativo uso del pequeño espacio que cobija a los niños ladrones), Sin ese bache, la cinta hubiera sido un milagro absoluto, pero el bajoncillo se olvida pronto para despedirse con una de las mejores escenas de la historia del cine: la comento en spoiler.
Muelles, tabernas, callejones sucios, riachuelos inmundos no son un simple fondo, sino también un estado de ánimo. Los números musicales, a menudo geniales, están introducidos como necesidad artística absolutamente imprescindible, ninguno redunda en algo ya sabido y, si lo hace, aporta matices nuevos (salvo uno, solitario, de Shani Wallis, más plúmbeo por predecible). La mayoría de las veces se usan como “avance interior” de la acción, dando más y más veracidad a unos personajes que ya están magníficamente caracterizados cuando les llega el momento de cantar y bailar. Hay una perfecta mezcla entre dos tipos de números musicales: los ya citados "expansivos" o de liberación, que cumplen con una necesidad catártica del niño Oliver, (en el sentido de purificación, liberación o transformación interior suscitados por una experiencia vital profunda, primero tras su periplo por los caminos, segundo tras su encuentro con los ladrones), en los que se usan planificaciones y coreografías asombrosas en grandes espacios, con mucho ruido y mucha gente; y aquellos otros, más sorprendentes si cabe, donde las limitaciones de espacio físico obligan a una concentración de los recursos escénicos que, por momentos, es absolutamente genial. En estos últimos está a una altura portentosa el citado Ron Moody. Para más inri, las canciones son buenas, al menos la mayoría, algo no tan común en el cine musical.
Había querido volver a ver esta película, tras “Los miserables”, para recordarme a mí mismo que el cine musical, como género con entidad propia, y no como sucesión de videoclips, existe. No cabe duda de que Carol Reed planificó muy bien el que su película no fuera un simple cuento con ilustraciones musicales. Logró una de las cumbres del género musical y del cine en general, sin etiquetas. Si se animan a verla, por favor, háganlo en su versión original, porque lo de Ron Moody no tiene precio.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
berenice
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