Esta película es como el cuadro La madre de Whistler, ese cuadro que Mr Bean nos dio a conocer y que está considerado como una obra maestra del arte norteamericano. Hay un tono constante muy austero de encuadres fijos durante la película, austeros pero aceptables, de exposiciones planas, paredes, paredes con percha, pasillos con puertas, floreros, bodegones (eso sí, con colores de un estilo impresionista y nada de grises como el cuadro mencionado), un entorno detenido, fijo, como de película de alta gama, de una contemplación que invita a la expectación. Como la madre del señor Whistler, el camarero no varía su expresión ni su conducta ni nada.

Rompe con este desasosiego el par de personajes que componen la trama y el otro camarero, ese insufrible compañero que merece una medalla al valor por trabajar al lado de un tío tan raro; pero la película sigue su camino llegando a un final que supones es acorde con las extravagantes consideraciones que rigen la vida del camarero protagonista.