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Voto de Antonio Morales:
10
Romance. Drama Viena, 1900. Stefan Brand, un famoso pianista, recibe una carta de una mujer con la que mantuvo, en el pasado, una relación amorosa que ya no recuerda. Lisa es para él una desconocida, alguien que ha pasado por su vida sin dejar huella. Y, sin embargo, ella sigue apasionadamente enamorada de aquel joven músico que conoció cuando era todavía una adolescente. (FILMAFFINITY)
20 de octubre de 2013
4 de 5 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los renglones de una carta difuminándose, el rostro de una adolescente oculto tras el vidrio de una ventana, la fragancia de una rosa blanca, la melodía que suena en un piano: pocos directores como Max Ophüls reflejaron con tanta delicadeza los sentimientos femeninos en el seno de la alta burguesía europea del siglo XIX. El cineasta alemán llegó a Estados Unidos a principio de los años cuarenta huyendo del fascismo en Europa, tras algunos problemas de adaptación realiza esta pequeña obra maestra cuyos logros visuales – en consonancia con la atípica forma de rodar de un director estilista del detalle, amante de los movimientos circulares de cámara, cultivador del plano largo y elaborado – serían considerados, no obstante, rarezas en el Hollywood de la época.

En “Carta de una desconocida” la mujer es arrebatada de su cotidianidad por un amor que la perturba y enajena, transfigurándola en un ser capaz de los mayores sacrificios; aunque la relación amorosa sea imposible, no obsta para que la pasión adquiera una dimensión redentora, en cuanto implica la toma de conciencia de una dolorosa revelación, donde el azar traza con el destino una sola fuerza en el mapa de las emociones. Basada en un relato de Stefan Zweig, los diálogos están llenos de exquisitos guiños y ambigüedades (Ophüls se encargó del guión junto a Howard Hoch, autor del guión de “Casablanca”). El simbolismo más sutil sobre las diferencias entre la naturaleza amatoria masculina y femenina. Lisa (Joan Fontaine) afirma no entender por qué a los hombres les gusta escalar montañas, una tras otra, en vez de quedarse con la primera que suele ser la más maravillosa.

Cuesta comprender cómo un amor surgido en la adolescencia y basado en la mitificación de un hombre guapo, pianista rico y frívolo, puede condicionar de tal modo la vida entera de una mujer que apenas lo conoce y que dispone de una serie de elementos para defenderse de una pasión tan ciega y destructora. Pero así son las cosas del amor en el romanticismo, así es la pasión que todo lo envuelve y aprisiona sin dejar un resquicio a la razón.

En los estudios Universal se recrearon los paisajes y decorados de esa decadente Viena Imperial llena de romanticismo. El cineasta va descargando suavemente en la retina del espectador, ayudado por cuatro “flash-back” como pilares narrativos, la compleja estructura en la que se mueve Ophüls. Sin embargo, lo más primordial no es la estructura, sino el uso pausado de la cámara y la estupenda fotografía de Franz Planer, que nos muestra un pasado leído tan creíble a los ojos del espectador que las escenas parecen sacadas de la memoria misma del antaño prometedor pianista (Stephan Brand), ahora seductor decadente, que interpreta magistralmente Louis Jourdan. Con una carta llena de melancolía y misterio el cineasta transforma la literatura en cine de muchos quilates.

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Antonio Morales
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