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Voto de Antonio Morales:
7
Thriller. Cine negro Una noche, en los barrios bajos de Nueva Orleáns, el rufián Blackie y sus amigos matan a un inmigrante que les había ganado jugando al póker. A la mañana siguiente, el doctor Clint Reed del Servicio de Salud Pública confirma que el muerto tenía la peste neumónica. Para evitar una epidemia que tendría efectos catastróficos, Clint y el capitán de policía Tom Warren tratan de encontrar y aislar a los asesinos. La operación se lleva a cabo ... [+]
19 de abril de 2015
10 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Soy de los que piensan que una de las armas más mortíferas y difíciles de combatir son las enfermedades víricas que las grandes potencias, cultivan y almacenan celosamente, como el ébola y tantas otras que desconocemos y que suelen tener un efecto letal sólo en los seres humanos, nada que ver con la guerra convencional. Aunque hay algunos que intentan ver en esta película una metáfora anticomunista, en plena “caza de brujas”, yo me inclino más por el claro planteamiento de una llamada de alerta a esta clase de virus que no entiende de fronteras, de ricos o pobres, al que todos estamos expuestos, como ha pasado muy recientemente en África y que tanto está costando controlar.

Uno de los más modestos y, a la vez, de los mejores films de su autor, según la novela de Edna y Edward Anhalt. Un peculiar thriller que ensambla con gran maestría la tradición del cine negro más clásico con un incipiente cine de catástrofes médicas. Transcurre en Nueva Orleans en un plazo de tiempo muy breve, un episodio de alarma sanitaria gestionado por un funcionario médico del departamento de sanidad (Richard Widmark) y por un jefe de policía (Paul Douglas), ambos de fuerte personalidad, que intentan solucionar la crisis desde ópticas muy distintas. Ambos intentan atajar una epidemia de peste neumónica en la ciudad, propagada a través de un inmigrante armenio ilegal en una partida entre hampones de baja estofa.

Adscrito al movimiento realista que entonces concibió el thriller americano, avanza con rara intensidad y sentido atmosférico, mediante un magistral perfil de ambientes y personajes, sin que peligre la verosimilitud, gracias a delincuentes como Jack Palance y Zero Mostel, entonces casi desconocidos que realizan un deslumbrante trabajo. Por otra parte, Elia Kazan, con un pulso narrativo excelente, no nos da tregua en todo el metraje, manteniéndonos en constante tensión y apoyándose en un trabajo de cámara estupendo, la cual aprovecha todos los espacios de que dispone mediante picados, contrapicados, “travellings”. La procedencia y el gusto teatral de Kazan se hace notar sobre todo en la construcción de los encuadres. El cineasta trata con frecuencia el espacio cinematográfico como un espacio escénico, lo que se advierte no solo en la ausencia de escasos primeros planos, sino más bien apoyándose en planos largos y medios.

La fuerza del film radica en el desdoblamiento de la intriga (una caza del hombre llena de suspense, jugando contra el tiempo) mediante una estructura simbólica cada vez más opresiva. La banda sonora de Alfre Newman, de aliento jazzístico resultaba entonces bastante insólita, y se reveló tan sumamente afortunada en su forma de redondear la cualidad y excelencia del film que consolidaría de por siempre el abrazo estético entre thriller y jazz, insinuado a lo largo del decenio de los 40. La persecución final me recuerda al realismo urbano de los films de Robert Rosen y Jules Dassin.
Antonio Morales
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