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Voto de Antonio Morales:
9
Western. Drama Nevada, 1885. Gil Carter (Henry Fonda) llega a una pequeña población del oeste en busca de su antigua novia, una mujer de dudosa reputación. Le acompaña su amigo Art (Harry Morgan). La inesperada noticia del asesinato de un conocido ranchero provoca que, ante la ausencia del sheriff, se forme un grupo de linchamiento del que tanto Gil como Art formarán parte. (FILMAFFINITY)
17 de diciembre de 2013
9 de 9 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los westerns de Wellman suelen tener audacia y talento, pues mezclan íntimamente las reglas inherentes al género con unos estudios psicológicos particularmente sutiles, que son efectivamente el motor de la historia. Es decir, Wellman es un clásico, en el que la aparente sencillez de la forma sirve sólo para preparar una estrategia dramática muy elaborada en la que el factor humano juega un papel esencial. El héroe de Wellman se encuentra siempre confrontado a unas situaciones perturbadoras, nada tranquilizantes para el espectador. Frente a un mundo incierto, tanto bajo el punto de vista moral como de la aventura, privado de la seguridad física y de la buena conciencia inherente al héroe tradicional. Sólo puede encontrar su camino y actuar a través de una serie de dudas y de renuncias.

Esta película ayudó a ensanchar los horizontes del western y revitalizó los esquemas del género por su importancia. Con “The Ox-Bow Incident”, Wellman trató un problema hasta entonces completamente ajeno al western, el de la relatividad de la justicia humana, y como manifestación de esta justicia escogió una de las más execrables: el linchamiento. Además, su intelectualización de la mirada y su enfoque progresista ayudan lo suyo, su límpida ética, su alegato antifascista, su dimensión antirracista, su mostración y tratamiento del linchamiento, su sumarial reflexión sobre la ilegalidad y la inmoralidad de que los hombres sustrajeran la administración de la justicia a los tribunales, así lo ratifican.

La historia que recubre este discurso, que no sermón, expone la captura de tres supuestos ladrones de ganado y asesinos, Donald Martin (Dana Andrews), un mexicano (Anthony Quinn) y un viejo algo enajenado (Francis Ford) por una patrulla de civiles al mando de un antiguo oficial confederado, el Mayor Tetley (Frank Conroy) un tipo carcomido por el odio y el resentimiento, e instigada por Ma Grier (Jane Darwell) una abyecta y despiadada mujer. El momento más emotivo es cuando Henry Fonda, uno de los siete que se oponen a la ignominia, lee a los linchadores la carta que Donald Martin escribe a su esposa como despedida, un lúcido y apasionado mensaje, obra del guionista Lamar Troti.

La crudeza de la historia, lo inhóspito del relato, la acritud de una naturaleza hostil, un espacio sin ley ni orden, el acto del linchamiento en la inmensidad del paisaje, la no concesión de una historia de amor, el tono oscuro, depresivo y claustrofóbico de su fotografía, la desconfianza en el ser humano, la perfecta definición de los diversos componentes del grupo de linchadores (espléndidamente perfilada la variedad de motivos: del racismo al sadismo, pasando por la intransigencia moral), la evidencia de que los justicieros son los auténticos asesinos acentúan, afirman la indudable condición del film.
Antonio Morales
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