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Estados Unidos Estados Unidos · Nueva York
Voto de Salvapantallas:
8
Drama Cuatro sacerdotes conviven en una retirada casa de un pueblo costero, bajo la mirada de Mónica, una monja cuidadora. Los curas están ahí para purgar sus pecados y hacer penitencia. La rutina y tranquilidad del lugar se rompe cuando llega un atormentado quinto sacerdote, y los huéspedes reviven el pasado que creían haber dejado atrás. (FILMAFFINITY)
11 de agosto de 2015
3 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Al salir de la sala me cuentan que el director Pablo Larraín es hijo de la clase alta de su país. Más aún, me cuentan que es hijo de la clase política de su país. Entonces puedo entender la crítica social desalmada de esta propuesta. Si su lugar de origen fuera otro, su discurso sería un engaño, porque El Club observa a América Latina desde arriba, y la desengrana hacia su capa más subterránea con las herramientas más lúcidas.

En un pequeño pueblo pesquero donde el único ruido es el mar hay una casa de retiro para curas. Allí habitan cuatro sacerdotes de avanzada edad y una monja. De pronto llega a la casa un quinto sacerdote acusado de pedofilia y otro más joven con nuevas reglas para todos. La única actividad de este grupo, además de la rutina religiosa de oración, es la crianza de perros galgos para las carreras de apuestas.

Nada más se debe contar de El Club, ya que la propia narrativa se encargará de descubrir las sorpresas de sus personajes, golpe por golpe. El primer acierto es ese guion, que desarrolla los elementos tradicionales del suspenso con una fuerza inusual para el cine latinoamericano. Además, el humor negro, las interpretaciones pausadas y la fotografía congelada contribuye en crear una atmósfera hermética que propicia la sorpresa.

¿Cómo hablar de pedofilia en la Iglesia sin emplear la moralina? Pues dando un minucioso y sutil significado a cada nivel de personaje dentro de la sociedad latinoamericana actual. En El Club se puede encontrar una pirámide social con una cúpula de unos cuantos ricos indiferentes; más abajo una sociedad cerrada –los integrantes de la casa de retiro– donde irrumpe un nuevo orden y se da la lucha de poder; debajo sufren las clases medias deterioradas por el pecado moral, aunque aceptado –las víctimas–; y en el subsuelo se deja de lado a los últimos en la cadena alimenticia, los más pobres –los galgos–.

Y, por supuesto, se logra hablar sin moralina al poner toda la carne en el asador. Adiós a los susceptibles, pues el director coloca su dedo en la llaga. Larraín no oculta ni un centímetro de la desagradable realidad de una perversa sexualidad, y el resultado es una película hostil, dolorosa y necesaria. Su habilidad para retratar una temática controversial y amplia es trasladarla a un universo específico, casi elemental, y de sumo simbolismo: la casa amarilla es el reclusorio de las culpas, pero al mismo tiempo un lugar donde ignora el arrepentimiento, y el horizonte lejano, cruzando el mar, es una libertad olvidada que además es rechazada. En ese mundo conviven todos los niveles de la sociedad que cumplen una función los unos con los otros: juzgarse.

El valor real de El Club es el retrato de una exclusión mucho más dañina que solo apartar: el olvido. Como dice el propio Larraín, hay un sector de la Iglesia que practica una vida ejemplar en los valores, y otros que son condenados y enjuiciados por abusar del poder eclesiástico. Sin embargo, hay un sector que es simplemente olvidado. Ese olvido es una forma efectiva de ponerlos al margen y de garantizar su no retorno. Y es mejor si se mantienen ahí, porque los clubes o instituciones sociales –en este caso, la Iglesia– prefieren el juicio eterno porque parece que se contaminan más si absuelven y reincorporan a algunos considerados pecadores.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Salvapantallas
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