Es la sensación que me ha transmitido durante las dos horas de su metraje, que se me han convertido en cuatro. Explicaré mis razones:
-El protagonista: Es un tipo creído, con tantos pájaros en la cabeza y tal desprecio por su familia (especialmente por su hijo) que una llega a hartarse. Desde el principio, el tipo me cayó fatal. Yo soy la primera a la que le gustan las películas de fantasía, pero si te ponen como protagonista a un individuo que no da la talla y para colmo él mismo se pone como superhéroe, entonces de lo que te dan ganas es de darle una buena colleja para quitarle todas sus tonterías.
-El exceso de historias: Llegan a cansar soberanamente. Antes de la mitad de la película yo estaba ya aburrida y mirando el reloj.
-La historia de amor: Menudo rollo de ¿historia de amor? ¿No sería mejor decir que Jessica Lange hace un papel de florero y que no aporta nada a la trama, y que al protagonista lo mismo le habría dado casarse con un póster de Rachel Welch? Y no lo digo sólo por ella, sino porque él, mucho bombo y mucho decir que cuánto la quiere, pero yo no veo ninguna chispa ahí, sólo hipocresía y el afán de tener a su mujercita como un adorno bonito mientras él se echa todas las flores.
-El que el tipo no se dé cuenta de que, tras haberse pasado toda la vida poniéndose a sí mismo por la nubes, ya no le pega portarse como Antoñita la Fantástica.
Lo mejor de la película: El papel del hijo. El único que está a la altura y que contrarresta tanto engreimiento y tanto fantaseo pedante.
En definitiva, cualquier película fantástica de sobremesa me emociona más que este producto que no sé cómo definir. Y que conste que yo admiro otros trabajos de Burton, pero con éste ha caído estrepitosamente, según mi criterio.