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Voto de Vivoleyendo:
8
Drama El movimiento sufragista nació en Inglaterra en vísperas de la Primera Guerra Mundial. La mayoría de las sufragistas no procedían de las clases altas, sino que eran obreras que veían impotentes cómo sus pacíficas protestas no servían para nada. Entonces se radicalizaron y, en su incansable lucha por conseguir la igualdad, se arriesgaron a perderlo todo: su trabajo, su casa, sus hijos y su vida. La protagonista es Maud (Carey Mulligan), ... [+]
27 de septiembre de 2018
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Nací un siglo más tarde que vosotras. Aprendí a creer a ultranza que nadie en este mundo está por encima de los demás, o que así es como debería ser. Fui a la escuela pública junto con un montón de chicos y chicas de clase obrera. Tuve una infancia feliz en la que mi única responsabilidad era estudiar. Nunca, ni en mi entorno familiar ni fuera de él, me sentí tratada como alguien inferior por ser de sexo femenino. Fui animada a perseguir el destino que yo quisiera. Nadie se entrometió en mis decisiones, nadie me dictó cómo tenía que vivir. No me impusieron un marido ni una casa ni unos hijos. Es cierto que todavía, aunque cada vez menos, hay señoras mayores que al ver que sigues viviendo completamente a tu aire cuando estás en plena edad de merecer te preguntan que cómo es que no te has casado. Es normal, ellas crecieron en una época distinta en la que la valía de una mujer se cifraba en el hombre que era el que le confería respetabilidad. Todavía les cuesta entender que una mujer sigue siéndolo de pies a cabeza aunque no se case, ni tenga a nadie que la mantenga, ni sea ama de casa, ni sepa cocinar ni coser ni tejer ni traiga críos al mundo. No es fácil para ellas adaptarse a la idea de que una mujer lo es incluso aunque rara vez lleve faldas, no se maquille con esmero ni se peine como en las revistas de moda.
Cuando cumplí dieciocho años pude votar por primera vez.
No era muy consciente entonces, pero detrás de esa papeleta había miles de mujeres que habían luchado, a muerte en algunos casos, para que yo pudiera acudir a las urnas como una más, sin aguantar la desaprobación de un sector retrógrado.
Ellas fueron a esa urna conmigo. Casi puedo imaginármelas aplaudiendo y, tal vez, descorchando una botella de champán francés que debieron de agenciarse en alguna casa de postín.
Aunque, tal y como se está degenerando la democracia, lo más seguro es que se sientan avergonzadas de que nos estemos convirtiendo en estas generaciones de pasotas incívicos y pícaros.
Pero en fin, por regulera que esté la situación hoy día, para las sufragistas la situación fue mucho peor. No me extraña nada que decidieran rebelarse con esa fiereza que en estos tiempos es tristemente algo digno de risa o, en el mejor de los casos, de indiferencia. Cuando caes tan hondo que ya no puedes hundirte más y lo único que te queda por perder es el latido de tu corazón, te agarras a un clavo ardiendo y si llega alguien que proclama que una vida más digna es posible, una vida donde las mujeres tienen todos los derechos que les corresponden como seres humanos y son libres, entonces te aferras a ese sueño y descubres que estás abrazando una causa inmensamente más grande que tú, que muy probablemente no verás hacerse realidad porque esas causas son como la construcción de una catedral. Te aplicas con fervor a construirla junto con otros cientos de devotos, aún teniendo la certeza de que no verás la obra terminada.
Pero sueñas con que la gente del futuro pueda llegar a verla en todo su esplendor.
Las sufragistas no hicieron nada de aquello pensando en ellas mismas. Lo hicieron pensando en sus hijas, sus nietas y bisnietas, en todas las futuras mujeres del mundo que un día acudirían a las urnas y que habrían crecido bajo una constitución que, al menos en la teoría, las trataría con toda la dignidad que merecen.
Porque lo que es en la práctica, aún queda mucho camino por recorrer. La discriminación por sexo se sigue practicando aberrantemente en todas las esferas (sentimental, laboral...) en un país supuestamente avanzado como España, por poner un ejemplo. Las sufragistas no estarían my contentas si se dieran una vuelta y vieran lo que hay.
Pero sí, algo se ha avanzado desde que ellas eran sólo posesiones de los hombres sin reconocimiento social alguno, a menos que tuvieran la suerte de que sus maridos fuesen buenos y comprensivos.
Este drama con una portentosa Carey Mulligan refleja esos tiempos sucios de manos agrietadas y cicatrices terribles ocultas bajo el modesto atuendo, trabajando de sol a sol por tres veces menos que el sueldo de un hombre por el mismo trabajo o más, soportando a un patrón depravado que se aprovecha de su impunidad, malviviendo en un cuartucho deprimente donde apenas cabe un alfiler, y sin perspectivas de que las cosas vayan a cambiar. No para una vida más llevadera, al menos. Si cambian, cambiarán para peor.
Sobre todo si decides que estás harta de que te ninguneen en todas partes y las únicas que te comprenden son otras que están igual que tú.
¿Cómo van a querer eso para sus hijos e hijas? ¿Ver cómo sus hijos se convierten en carceleros de la prisión femenina o cómo miran para otro lado, y cómo sus hijas son condenadas a dar con sus huesos en ella a perpetuidad?
Ahora nos puede parecer extremo lo que hicieron. Podemos juzgarlo desde nuestra cómoda perspectiva. Podemos criticarlas nosotros los afortunados desde nuestro cómodo sofá tras verlas en pantalla grande, con nuestra jornada laboral de horario razonable y una constitución que está ahí redactada desde 1978.
Vivoleyendo
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