El irlandés John Carney tiene un toque especial para los musicales. Nada que ver en absoluto con los de Broadway ni Hollywood. Hasta los detractores habituales de este género (cualquiera no aguanta ver a gente ahí cantando sin motivo en cualquier escena) podrían encontrar enormemente disfrutables y encantadoras dos de las más bonitas películas musicales (que no sean de animación) que he visto nunca: "Once" y "Begin again". En serio, no se hacen nada pesadas. Es que no parece siquiera que se incluyan en la misma categoría que clásicos como "Cantando bajo la lluvia" o "West Side Story".
Carney está tan enamorado de la música que da la impresión de no poder concebir la vida sin ella. Y de eso tratan sus dos hermosas obras. Los protas viven y respiran a través de canciones, que ellos mismos componen. El marco ideal para embobar con una banda sonora que ni parece que lo es porque no está puesta artificialmente. Cada vez que suena es porque alguien compone, toca o canta en un bar, en una casa, en la calle, en un concierto, en un estudio de grabación. Todos giran alrededor de esta pasión y vocación. No importa de dónde vengan ni cómo han desarrollado su talento. Lo importante es el objetivo común que comparten.
En Nueva York, dos personas se conocen en uno de los momentos más bajos de sus vidas. Una chica inglesa sale reacia a cantar una canción de creación propia delante de los clientes del bar al que ha estado a punto de no ir esa noche. Su amigo, al que ha mirado con expresión un poco asesina, no le ha dejado alternativa más que ponerse ante el micrófono, por no desairar a la clientela.
Casi nadie la escucha en serio, salvo un tipo que peina algunas canas y con pinta de necesitar unas cuantas semanas de desintoxicación etílica.
Recurriendo a flashbacks, recorreremos los caminos que han andado hasta encontrarse.
Y sonreiremos ante esta preciosa historia de amistad, amor y segundas oportunidades. Para los corazones averiados. Para los espíritus cansados. Para las relaciones quemadas. Para la inspiración marchita. Para las ilusiones. Y para las ganas de empezar algo nuevo.
Si eres tan sentimental como yo, te enamorarás de este Nueva York que suena de maravilla en sus calles, en el metro, en sus azoteas, en Central Park, en cualquier esquina en la que un día corriente pueda transformarse en mágico.