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Voto de Vivoleyendo:
9
Aventuras. Drama Antigua Roma, bajo el reinado de los emperadores Augusto y Tiberio (s. I d.C.). Judá Ben-Hur (Charlton Heston), hijo de una familia noble de Jerusalén, y Mesala (Stephen Boyd), tribuno romano que dirige los ejércitos de ocupación, son dos antiguos amigos, pero un accidente involuntario los convierte en enemigos irreconciliables: Ben-Hur es acusado de atentar contra la vida del nuevo gobernador romano, y Mesala lo encarcela a él y a su ... [+]
10 de febrero de 2010
20 de 21 usuarios han encontrado esta crítica útil
Hay grandes producciones cinematográficas que nos acompañan una y otra vez mientras llevamos a cabo la aventura de crecer. La responsable es la tele, que las emite año tras año, generalmente en fechas señaladas y apropiadas para cada tipo de clásico. Así, las Navidades y las Semanas Santas siempre han tenido el sabor y el color de “Ben-Hur”, “Qué bello es vivir”, “Quo vadis”, “Los diez mandamientos”, “Lo que el viento se llevó”, “Cleopatra”, por no mencionar las diversas producciones más o menos afortunadas o desafortunadas sobre Jesús de Nazaret…
En esas épocas del calendario, es inevitable encontrarse con las películas tradicionales que engullimos junto con los turrones, las torrijas, los mazapanes, el arroz con leche y otra gran variedad de manjares elaborados expresamente para unos pocos días, y a los que no volvemos a ver el pelo hasta el año siguiente.
Pero “Ben-Hur” se mantiene incólume pese a la machaconería de la costumbre. El genio es el genio, y William Wyler (y es la segunda crítica que le dedico en un mismo día) lo era.
No se ruedan muchas películas así. Los periplos monumentales de hombres castigados por la vida y redimidos ya no relucen como antaño. Charlton Heston pasó a la posteridad como el héroe de una de las tres películas ganadoras de once Óscars en lo que llevamos disfrutando del invento de los Lumière. Y no es que los Óscars sean unos galardones mucho más fiables ni referenciales que otros (aunque el prestigio es el prestigio), pero las cifras hablan. Y, para quien no se fíe gran cosa de las cifras, hay otros elementos de peso. Unos, son puramente sentimentales; que haya visto este dramón no sé cuántas veces y aún se me escape alguna lagrimilla en las escenas finales, influye y no poco. De acuerdo, no tengo por qué ver el dramón del siglo para que se me escape la lagrimilla, pero con “Ben-Hur” las lágrimas tienen cierta cualidad maravillada y rendida, como si derramarlas durante su visionado tuviese un valor añadido.
Otros elementos de peso a la hora de valorar una de las obras cumbre de Wyler, salta a la vista. El esfuerzo, el cuidado y el esmero puestos en la creación, la calidad atemporal de su elaboración, como las efigies griegas que transportan su canon de belleza perfecta y serena por los océanos del tiempo sin inmutarse.
Por mucho que la tele me la haya convertido en una tradición que está ahí como lo están las luces navideñas cuando salgo a la calle y las veo colgadas, no pierde su encanto, ni el deleite de verla con la familia, aunque ya todos seamos mayores.
Y un secreto: Lo mejor es verla como la veía de pequeña, en compañía de las personas que más quiero en el mundo, comentando esas escenas estelares, esa supervivencia en las galeras, esa carrera de cuádrigas, esos milagros que los más jóvenes de la casa vimos con nuestros ojos despiertos de niños que querían beberse la vida a tragos.
Para quienes aquel cine añejo era una prolongación del infinito.
Vivoleyendo
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