Esta es una de esas películas que derrochan auténtica dulzura y ternura. Que reflejan sin complicaciones y sin prisas algo tan sencillo y a la vez tan complejo como las relaciones entre las generaciones. Es posible contar una linda historia contando con tan sólo unos pocos personajes corrientes. Un niño malcriado, una abuela y poco más.
Es asombrosa la maestría de llevar al cine un argumento que no tiene nada de particular y, sin embargo, conseguir un resultado que capta agradablemente la atención y que hace partícipe a un espectador probablemente identificado con esa hermosísima relación entre la abuela y su nieto.
Sang Woo es un niño de ciudad. Vive en Seúl con su joven madre separada. Ella lleva una vida ajetreada y estresante al tener que hacerse cargo sola de su hijo, y para colmo se ha quedado sin trabajo. Para poder buscar un nuevo empleo y descargarse un poco de sus muchas tensiones, decide dejar al niño en la casa de la abuela materna, la cual vive en un entorno rural alejado de las zonas urbanas.
Sang Woo, al llegar a la que será su residencia durante un tiempo, se enfrenta a un panorama no muy excitante. Su abuela es muda y muy anciana, su casa es extremadamente simple, sin los adelantos ni las comodidades de la ciudad, y para colmo se halla perdida en ninguna parte, en una minúscula aldea rodeada de bosques. Él, caprichoso, maleducado y acostumbrado a otra clase de vida, se siente muy fastidiado y va buscando modos de distraerse mientras su abnegada abuela, con una paciencia infinita, sin alterarse jamás y sin emplear más métodos que la calma, las atenciones y la ternura, va logrando poco a poco conmover el corazón de su difícil nieto. En la convivencia diaria, la abuela demuestra un estoicismo y una entereza inquebrantables, y con sus pequeños gestos de cada día va demostrando que Sang Woo, como todos los niños, necesita comprensión, cariño y una mano suave, firme y atenta que lo haga apreciar la importancia de valorar a sus semejantes. De este modo se demuestra que Sang Woo no es un mal niño en el fondo, y que lo único que le hace falta es alguien a su lado que le haga sentirse amado, útil y responsable de sus propios actos.
El progresivo y natural desarrollo de la relación y la sutil transformación del niño, que es como podrían ser muchos otros (travieso, listo, ocurrente y en el fondo cariñoso), se sigue con una sonrisa y con el corazón liviano. A ello ayuda la fotografía sencilla, la dulce música, los conmovedores y convincentes actores y la elocuencia de los silencios.
Una oda perfecta a esos seres insustituibles que son las abuelas. A las mías, que en paz descansen, quiero dedicar estas palabras en recuerdo a su viva memoria. Con estas frases, deseo expresarles que no las olvidaré jamás, y que el amor que ellas derramaron en mí sigue tan vivo como siempre.