Continúa la frenética búsqueda de la identidad y libertad de un hombre atrapado. No, ni siquiera los agentes secretos mejor entrenados del mundo son máquinas, así que están expuestos a fallar, sobre todo cuando actúa eso de lo que carecen las máquinas: el corazón. Bourne (por llamarse del algún modo) va en busca de su humanidad en una carrera tan solitaria como desesperada, y no se lo va a poner fácil a sus acosadores y suplantadores.
Se sigue conservando el encanto de las casi sobrehumanas habilidades del fugitivo. Es agradable verlo noquear y dar esquinazo tras esquinazo, dejando a las autoridades, a los servicios de espionaje y a los hampones a la altura del betún. Tu propia arma se te puede disparar en las manos, y más aún si piensa y siente.
Dales estopa a todos, Bourne. Veré el final de la saga sólo por la satisfacción de que les patees el culo.