Sherlock Holmes es una de esas leyendas vivas que se han ganado millones de admiradores. Desde su creación a manos de Sir Arthur Conan Doyle, el detective más agudo y extravagante de la literatura ha marcado tendencias. Montones de seguidores ávidos de sus aventuras esperaban con impaciencia las entregas periódicas que el escritor publicaba. El cine se ha hecho eco repetidamente de este singular personaje, y otros artistas han recibido su influencia en alguna de sus obras.
En el thriller de Guy Ritchie, yo resaltaría tres aspectos notables. Por un lado, la ambientación del tenebroso Londres decimonónico, asfixiado de industrias, humos, cloacas y humanidad maloliente. Por otro lado, el humor incisivo, irónico, que impregna tanto el apartado visual como el oral. Y, en tercer lugar, la personalidad ecléctica, afilada, excéntrica y analítica de Holmes. Aúna los rasgos propios del sabueso empírico al que no se le escapa un detalle. Que mira alrededor con atención extrema y deduce a partir de sus observaciones milimétricas. Una mancha, restos, un olor, un sabor… Cualquier indicio que pasa inadvertido a ojos menos entrenados, para Holmes serán las piezas de un puzzle que ensamblará hasta quedar satisfecho. Su mente es como una barrena que ha de llegar hasta la resolución definitiva del enigma. Nada dado a supersticiones, ni a inclinaciones hacia lo sobrenatural, para él todos los fenómenos terrestres tienen su explicación a través de la lógica, de la ciencia y de la perversa naturaleza humana.
En suma, que no es fácil darle gato por liebre, ni impresionarlo con cortinas de humo.
Desordenado en sus costumbres, nada metódico, siguiendo sus raptos de inspiración (que suelen reducir las estancias en las que habita a cubículos llenos de cachivaches y residuos de sus experimentos), es el prototipo del misántropo desconfiado que sólo se fía de su habilidad, y que se mantiene distante de cualquier compañía que no merezca su deferencia. Solamente dos personas han penetrado en su coraza, y son su ayudante John Watson, y la turbadora Irene Adler, la única mujer capaz de conmover los resguardados sentimientos del esquivo detective.
Aventuras y misterios en un Londres pintoresco y salpicado de contrastes, tan venerable como corrompido, con esa luz grisácea de sus días nublados, pero también de las emanaciones tóxicas de las fábricas, de una actividad industrial abusiva, y de un clima de degradación que se refleja tanto en la apariencia externa de las personas y los objetos, como en la superchería y credulidad de la muchedumbre, y en la locura apocalíptica de organizaciones secretas que aspiran a dominar el mundo.
Destacadas fotografía y música, y una fusión entre las obras de Doyle y el cómic de Wigram para dar vida, de una forma desmitificadora, atrevida y original, al detective más famoso jamás concebido.