Media votos
7,0
Votos
2.209
Críticas
1.746
Listas
37
Recomendaciones
- Sus votaciones a categorías
- Sus críticas favoritas
- Contacto
-
Compartir su perfil
Voto de Vivoleyendo:
9
7,9
9.444
Drama
Suecia, siglo XIV. Como cada verano, una doncella debe hacer la ofrenda de las velas en el altar de la Virgen. El rey Töre envía a su hija Karin en compañía de Ingrid, una muchacha que odia a Karin en secreto. Antes de cruzar el bosque, Ingrid se detiene y abandona a la princesa, pero la muchacha prosigue su camino y se encuentra con unos pastores, aparentemente afables, que la invitan a compartir su comida. (FILMAFFINITY)
6 de noviembre de 2008
55 de 60 usuarios han encontrado esta crítica útil
En este drama de época, Bergman vuelve su mirada hacia el pasado remoto de Suecia y da lugar a un lacerante argumento obtenido de una antigua leyenda de tradición popular.
El ilustre realizador consigue, como siempre hace, trascender lo meramente temporal y circunstancial y no se contenta con representar unas vidas, unos hechos concretos ni una historia que se quede obsoleta. Lo que él representa son esas características de nuestra especie humana que permanecen a lo largo de los siglos: los vínculos familiares y fraternos, las inquietudes morales y religiosas, los interrogantes sobre la presencia de lo divino como un asidero para nuestro temor a la muerte y a la nada; la inocencia y la belleza amenazadas por la perfidia, los bajos instintos, la crueldad; la desesperación, la culpa, el odio…
Transportándonos al siglo XIV, Bergman de nuevo agarra las entrañas del espectador y las retuerce descarnadamente. Esta es una de esas películas que planean obsesivamente por el recuerdo durante mucho tiempo, y probablemente para siempre, porque cualquiera que se deje impresionar por la brutal crudeza de las imágenes no podrá olvidar en un prolongado lapso los terribles sucesos acontecidos. Uno incluso llega a sentir asco de pertenecer a la especie humana, porque las personas son los únicos seres vivos del planeta que hacen daño y destruyen a sus congéneres por mero placer, por depravación y/o por simple capricho.
Otra vez la apabullante complejidad del universo Bergman se cierne sobre un receptor sufriente y con la sensibilidad a flor de piel. El desarrollo, que se decanta por una apariencia sencilla y llana rozada por momentos de turbadora reflexión, esconde las preguntas más recurrentes, las que todos nos formulamos alguna vez, casi siempre sin respuestas, y los pinchazos de un trayecto de pesadilla sembrado de cardos y de ortigas que hieren el alma.
El peligro está anunciado desde el comienzo.
Ingrid, la pobre moza que realiza faenas domésticas en el austero hogar del rey Töre, va a ser madre soltera. Un aviso de que la virtud y la inocencia son espejismos cuando alrededor sólo hay corrupción… Además, ella cree secretamente en Odín (reminiscencia de las viejas creencias populares de las épocas vikingas, en un territorio donde, en el siglo XIV, el cristianismo estaba ya plenamente extendido desde siglos atrás) y suele invocarlo cuando se siente perdida. Aquí están presentes la dudas religiosas del director, una de sus más reiteradas temáticas, en la forma de un brote hereje que se resiste a la imposición generalizada del culto religioso mayoritario.
El rey y la reina han mimado mucho a su única hija Karin, la han sobreprotegido y le conceden todos sus caprichos. Ella es una joven hermosa, ingenua y dulce, que conserva intacta su fe en Dios y que, habiendo crecido en un hogar pacífico, cree que el mundo es una especie de vergel en el que ella no corre riesgos, sobre todo porque está convencida de que Dios la protege.
El ilustre realizador consigue, como siempre hace, trascender lo meramente temporal y circunstancial y no se contenta con representar unas vidas, unos hechos concretos ni una historia que se quede obsoleta. Lo que él representa son esas características de nuestra especie humana que permanecen a lo largo de los siglos: los vínculos familiares y fraternos, las inquietudes morales y religiosas, los interrogantes sobre la presencia de lo divino como un asidero para nuestro temor a la muerte y a la nada; la inocencia y la belleza amenazadas por la perfidia, los bajos instintos, la crueldad; la desesperación, la culpa, el odio…
Transportándonos al siglo XIV, Bergman de nuevo agarra las entrañas del espectador y las retuerce descarnadamente. Esta es una de esas películas que planean obsesivamente por el recuerdo durante mucho tiempo, y probablemente para siempre, porque cualquiera que se deje impresionar por la brutal crudeza de las imágenes no podrá olvidar en un prolongado lapso los terribles sucesos acontecidos. Uno incluso llega a sentir asco de pertenecer a la especie humana, porque las personas son los únicos seres vivos del planeta que hacen daño y destruyen a sus congéneres por mero placer, por depravación y/o por simple capricho.
Otra vez la apabullante complejidad del universo Bergman se cierne sobre un receptor sufriente y con la sensibilidad a flor de piel. El desarrollo, que se decanta por una apariencia sencilla y llana rozada por momentos de turbadora reflexión, esconde las preguntas más recurrentes, las que todos nos formulamos alguna vez, casi siempre sin respuestas, y los pinchazos de un trayecto de pesadilla sembrado de cardos y de ortigas que hieren el alma.
El peligro está anunciado desde el comienzo.
Ingrid, la pobre moza que realiza faenas domésticas en el austero hogar del rey Töre, va a ser madre soltera. Un aviso de que la virtud y la inocencia son espejismos cuando alrededor sólo hay corrupción… Además, ella cree secretamente en Odín (reminiscencia de las viejas creencias populares de las épocas vikingas, en un territorio donde, en el siglo XIV, el cristianismo estaba ya plenamente extendido desde siglos atrás) y suele invocarlo cuando se siente perdida. Aquí están presentes la dudas religiosas del director, una de sus más reiteradas temáticas, en la forma de un brote hereje que se resiste a la imposición generalizada del culto religioso mayoritario.
El rey y la reina han mimado mucho a su única hija Karin, la han sobreprotegido y le conceden todos sus caprichos. Ella es una joven hermosa, ingenua y dulce, que conserva intacta su fe en Dios y que, habiendo crecido en un hogar pacífico, cree que el mundo es una especie de vergel en el que ella no corre riesgos, sobre todo porque está convencida de que Dios la protege.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
El excesivamente indulgente amor de sus padres presagia la desgracia.
Ella pagará por los pecados ajenos.
El castigo divino se hará sentir con una furia terrible, y va a desatar una marea devastadora de maldad, horror y venganza.
Actores y actrices sobresalientes, desgarradores. Un Max Von Sydow que lastima. Esa joven actriz que encarna a la princesa, genuina en esas espantosas escenas que no se van de la cabeza. Los ojos felinos y salvajes de la actriz que da vida a Ingrid. La escalofriante determinación de los pastores, perfectamente plasmada en esos rostros casi infrahumanos, que rezuman vileza, pero también culpa y terror. Esos otros personajes que dejan su marca con sus diálogos cargados de sentidos inescrutables.
Esa fotografía rotunda, minuciosamente descriptiva, osada, abrumadora.
No hay lugar para la belleza, ni para la inocencia. No pueden perdurar. Son demasiado frágiles sin la garantía de la protección de un Dios que a menudo permanece ausente mientras sus criaturas se destrozan entre ellas.
Él les dio el libre albedrío.
Sólo le queda derramar Sus lágrimas en un manantial surgido para penar por las atrocidades de la humanidad.
Ella pagará por los pecados ajenos.
El castigo divino se hará sentir con una furia terrible, y va a desatar una marea devastadora de maldad, horror y venganza.
Actores y actrices sobresalientes, desgarradores. Un Max Von Sydow que lastima. Esa joven actriz que encarna a la princesa, genuina en esas espantosas escenas que no se van de la cabeza. Los ojos felinos y salvajes de la actriz que da vida a Ingrid. La escalofriante determinación de los pastores, perfectamente plasmada en esos rostros casi infrahumanos, que rezuman vileza, pero también culpa y terror. Esos otros personajes que dejan su marca con sus diálogos cargados de sentidos inescrutables.
Esa fotografía rotunda, minuciosamente descriptiva, osada, abrumadora.
No hay lugar para la belleza, ni para la inocencia. No pueden perdurar. Son demasiado frágiles sin la garantía de la protección de un Dios que a menudo permanece ausente mientras sus criaturas se destrozan entre ellas.
Él les dio el libre albedrío.
Sólo le queda derramar Sus lágrimas en un manantial surgido para penar por las atrocidades de la humanidad.