Tal vez esta película carezca de los ingredientes que la habrían catapultado hacia la brillantez, pero pese a esas carencias sí posee los elementos que la transforman en un drama de catástrofes que a ratos provoca escalofríos y nos hace saltar el corazón en el pecho.
Contando con un elenco bastante novedoso y desconocido por aquel entonces (exceptuando al veterano John Malkovich), y con unos efectos especiales que confieren a las escenas del accidente un realismo apabullante, el resultado es bastante aceptable. Eso sí, no sé si ustedes tendrán la impresión de que no termina de dar la impresión de que las personas del avión son uruguayas. Eso no está bien conseguido. Más bien parecen lo que son: actores casi todos ellos norteamericanos (desde luego, no uruguayos) intentando hacerse pasar por sudamericanos. No cuela.
En fin, escollos aparte, a mí se me aceleraba el corazón cuando el avión se estrellaba y comenzaba la tragedia, el horror, la ordalía de muerte, pérdida, sufrimiento y agonía; después, desgranar los días en medio de los Andes, una de las cordilleras más imponentes del mundo, con la única protección de un trozo de fuselaje del avión, con temperaturas de hasta 40 grados bajo cero en el exterior, sin casi nada de lo que alimentarse aparte de la carne de las personas fallecidas, con la amenaza de avalanchas de nieve, con algunas personas enfermas por la gangrena y día tras día esperando unos servicios de rescate que hacía mucho que habían abandonado la búsqueda de supervivientes, debido a la inmensa vastedad de las montañas.
Tres meses perdidos en un infierno de nieves perpetuas, esperando a morir, esperando un improbable milagro.
Y con el impacto añadido de ser una historia basada en hechos reales.