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Voto de Karlés Llord:
7
Comedia. Drama Cuba. Una familia aristocrática de ascendencia criolla con una visión del mundo contrapuesta a la de la revolución, espera que se produzca un vuelco histórico que le permita conservar su riqueza y sus privilegios. Mientras tanto, vive ignorando el paso del tiempo y el triunfo de la Revolución Castrista de 1959. (FILMAFFINITY)
20 de marzo de 2010
8 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Tomás Gutiérrez Alea es sin duda el director limítrofe por excelencia.
Sus películas nos hablan de esa frágil línea divisoria que existe entre la revolución y
la degradación, entre el hombre como lobo del hombre y el hombre como creador de su propio mito, entre el disfraz y la osamenta.

En Los sobrevivientes, nos muestra un mundo en el que el tiempo parece haberse perdido, o más bien ‘dilapidado’, ‘desperdiciado’. Los personajes principales son entelequias, marionetas de un orden social endeble, y portadores de una psicología ni siquiera aberrante, sino lechosa, aguachenta, subhumana. De algún modo, vuelve a mi mente el síndrome de Macondo, que contamina a todos los países latinoamericanos en un inmenso porcentaje, y que ninguna revolución puede abolir, a menos que sea una revolución de las conciencias.

¿Y cómo revolucionar las conciencias? El cine de Alea nos remite a una cierta pasividad de sus personajes, envolviendo sus decisiones en una mitología coherente y nada remilgada, pero dejándolos siempre en manos de un destino que desconocen. Y es que la conciencia no se cambia desde afuera, sino desde los mismos cimientos. La aventura del hombre frente a lo desconocido, que podría ser el lema central de una historia verdaderamente humana del Cine, no pasa, en este filme, de una crítica a los instintos acartonados que rodean toda existencia sin propósito.

Los primeros años de la Revolución Cubana fueron argonáuticos, míticos. Todo estaba por hacer, el poder era simplemente una bola de fuego y no el báculo del Profeta. Testigo privilegiado de esa época, Gutiérrez Alea pudo hacer un cine desinhibido que daba cuenta de esa fricción entre dos mundos, uno que se acababa y otro que llegaba para quedarse. Como esferas coalescentes, esos dos mundos (lo he vivido por mi propia experiencia) viven uno dentro de otro, aún hoy en día, deformados y estigmatizados hasta lo indecible.

Pues, en Cuba, de algún misterioso modo, la revolución del 59 nos convirtió a nosotros, nacidos dentro de ella, en náufragos de dos mundos, y hasta que otra revolución no venga a derogar las ruinas de esa Rueda Mítica que se detuvo (“El día que la revolución se detuvo”, título para un posible remake de inusitada actualidad), los cubanos en Cuba seguirán siendo nada más que sobrevivientes.
Karlés Llord
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