En su empeño por mostrar efectos reales, resulta ridículamente afectada y excesiva en lo visual, y, por tanto, irreal.

Aronofsky parece mucho más interesado en el tratamiento estético que en el demencial guión. La historia es tratada con una moralina manida sobre la que edificar escenas cada vez más delirantes hasta llegar al final, que debemos suponer que es la gran moraleja y que resulta un petardo tremendista a medio camino entre el porno y el gore.
Puede dar risa pensar, en esos momentos, que la madre (un papel muy agradecido que sabe aprovechar Ellen Burstyn) llega a ese punto por una broma telefónica. Descojonante.

Tiene los yonkis menos creíbles que haya visto. Descuidados pero elegantes, superguays, modernitos, de su historia apenas sabemos nada. Teniendo en cuenta el modo de abordar el tema, creo que ofrecer un retrato más complejo de los personajes era imprescindible para que no resultase descompensada de nuevo, dando la impresión de que sólo están ahí para que te regocijes viendo cómo los ponen en situaciones denigrantes, cosa que el cinéfilo medio ya ha visto hacer mejor, de forma más profunda y verosímil en otros filmes dos décadas anteriores.

En fin, "la droga es mu mala" again.