Hitchcock recupera la imagen de la mujer rubia, fría y ambigua (que alcanzó sus cotas más altas años atrás con las tres colaboraciones entre el director y Grace Kelly, antes que esta abandonase el mundo del cine, para convertirse en la princesa Grazia de Mónaco), con Kim Novak, que utiliza como mujer fetiche para atormentar a un desconcertado James Stewart.
Su película más aclamada por la crítica aborda los miedos y obsesiones destapadas por medio de traumas que hacen aflorar sentimientos reprimidos.
Con un sólido guión capaz de mantener el suspense a lo largo de toda la película, y con una gran fotografía, utilizando magistralmente los colores y encuadres para desatar en el espectador esa sensación de vertigo que invade la cinta, auna el éxito soñado por todo director: el de crítica y público.