No será aquí donde se ponga en duda la belleza de los dibujos ni su inquietante lenguaje icónico cargado de metáforas que remiten de inmediato a lo más recóndito (deliberado o no) de lo inconsciente.

Esos ojos que miran con desasosiego, esas imágenes que se retuercen sobre sí mismas hasta conformar un universo totalmente diferente a aquél que les engendró, ese discurrir del tiempo, esos miedos, esas intranquilidades, ese permanente desvelo por lo que sucede alrededor y esa magia que emerge de la arena y que la propia arena destroza merecen nuestra consideración porque tanto el mensaje como la forma decirlo se hacen acreedores a él.