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España España · Madrid
Voto de Servadac:
8
Drama Una poderosa historia de descubrimiento sexual e intelectual basada en acontecimientos reales a partir de la turbulenta relación entre el joven psiquiatra Carl Jung (Michael Fassbender), su mentor Sigmund Freud (Viggo Mortensen) y Sabina Spielrein (Keira Knightley). A este trío se añade Otto Gross (Vincent Cassel), un paciente libertino decidido a traspasar todos los límites. (FILMAFFINITY)
4 de diciembre de 2011
74 de 101 usuarios han encontrado esta crítica útil
Anoche soñé con un triángulo equilátero. Un vértice con puro (F), otro con histeria (S) y el último con gafas y bigote (J). La dicción de los tres es admirable.

F sostiene la figura inmensa de la Esfinge entre sus manos. Ha puesto el pie en un nuevo continente. Lo cartografía. Avanza con firmeza. Es algo más que un busto en el museo de la Historia.

S ama a J y admira a F. Es inteligente y sabe analizar. Se mueve con soltura por la Tierra Prometida. Cree que J es su Sigfrido.

J ve en F la figura de un padre, y adora a S. El Nuevo Mundo de F le viene un poco estrecho: piensa que sólo es una isla y que el verdadero continente se encuentra mar adentro, en el lugar de las verdades menos cartesianas.

Cronenberg ilumina el triángulo con la luz más blanca de toda su filmografía. Ese territorio apenas explorado no es otra cosa que la cara oculta de la psique. Lo oscuro e inconsciente. Lo reprimido e inquietante. Una promesa de liberación. Un director convencional ofrecería sangre y sombra; Cronenberg ofrece un mar de luz.

Con la mancha roja de una tela y un corte en la mejilla es suficiente.

Recuerdo también una escena azul oscuro, en la que se quiebra el lado FJ del triángulo. Un sueño compartido y otro no contado separan los extremos. Su barco ya no puede ser el mismo.

Howard Shore utiliza el motivo wagneriano de la espada. Cuando la espada de Sigmund queda destruida, el nibelungo recoge los fragmentos. Sigfrido, fruto del incesto de Sigmund y Siglinde, forja de nuevo la espada de su padre.

J vivía convencido de que nada era casual. El nombre de pila de F es el del padre de Sigfrido. La idea de la música es perfecta.

Un velero de lujo en un hermoso lago suizo es la cuota de aventura máxima que J admite en su existencia.

F pierde un hijo y gana una brillante colaboradora.

S le pide a J que diga a F la verdad. J se resiste, pero acaba aceptando; se acerca a la ventana y sube la cortina: la luz le da de frente. El efecto es cinematográfico y sutil.

J mira hacia las olas. S mira hacia la tierra firme de la casa. Conversan. Los ángulos de cámara y la dirección de los ojos dicen tanto o más que las palabras. Redescubrimos la belleza del plano contraplano.

Cuando S ya se ha ido, la imagen permanece en J; el lago queda a espaldas de la cámara. Se oye sólo el chapoteo. El plano, al acortarse, rebosa de tristeza.

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“A veces hay que hacer algo imperdonable para seguir viviendo”, dice J. Pero, ¿qué es, en realidad, lo imperdonable?
Servadac
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