Antes de lanzar su productora Happy Madison y hacer una infinidad de películas vestido con bermudas en algún sitio como Hawai, poniendo cara de Robert De Niro y haciendo chistes de pedos, Adam Sandler sella su salto a la fama con esta comedia familiar.

En esta película es un vago irresponsable que vive con su amigo, y cuando éste se va de viaje aparece un supuesto hijo del mismo, por lo que él se hace cargo. Al principio sus intenciones no son buenas, pero de a poco se va encariñando con el niño y esta relación lo hará madurar de golpe. Sí, es algo característico del actor esto de ser un inmaduro que cae en cuenta de su edad, aunque en esta ocasión está mejor tratado el tema. Veremos sus tradicionales berrinches y chiquilinadas y, obviamente, a la mayoría del grupete de actores que lo acompaña en su larga trayectoria.

Es una historia tierna con muchas risas y alguna que otra lagrimita, muy bien llevada hasta la resolución, que vuelca lo que era un buen guion hasta el momento hacia un torbellino de resoluciones medio porque sí.

En cuestión de deconstrucción no envejeció tan mal, excepto por alguna que otra cosa (no poco importante). Y en cuanto a diálogos, prepárense para presenciar un montón de líneas cliché respecto al amor, familia y coso, acompañadas de una banda sonora que intenta intensificar la emoción (párrafo aparte para la secuencia musicalizada con la versión de Sheryl Crow de Sweet Child O’ Mine que me encanta).

¿Es una película digna de cinefilia? Yo diría que no, pero no se puede negar que pertenece a un “género” sin dudas muy popular y, seamos honestos, es un buen entretenimiento y a veces necesitamos solo eso.