Una actriz en ciernes (Anna Faris) ve cómo se complica su día cuando accidentalmente ingiere una gran cantidad de marihuana, la cual ha servido de aderezo para unas pastas hechas por su compañero de piso (Danny Masterson). Dicho contratiempo sirve como excusa para mostrarnos las desventuras de la protagonista y de paso que Faris pueda dar salida a su extensa colección de muecas y mohines.

La verdad es que sentía gran curiosidad por ver cómo se enfrentaba Araki a su primera película puramente cómica (el humor negro e hiriente de sus otros trabajos no cuenta), pero el resultado no es tan satisfactorio como pensaba. Quizás el problema sea que las señas de referencia del cineasta se han esfumado por el camino, quedando reducidas a meros guiños casi inapreciables dentro de la historia. Supongo que influirá (y mucho) el echo de que trabaja con material ajeno, es decir, que el guión no es suyo. Aunque sí que es suyo ese toque de humor más proclive a lo naíf o marciano que destila la película y que la aleja de la típica producción cómica de humor grueso dirigida al público juvenil menos exigente. Ello es todo un acierto, pero la verdad es que también le complica la tarea de encontrar su público al no dirigirse ni a los amantes del humor más soez ni a los aficionados a la comedia sarcástica más clásica.

La película no escatima en personajes extravagantes, desde la protagonista hasta su siniestro compañero de piso pasando por el insulso Brevin (John Krasinski). Sin embargo la sensación generalizada es que ninguno de los personajes tiene el carisma necesario y que la trama parece alargarse con gags (por ejemplo la forma en que la protagonista se organiza el día y la manera en que se va complicando el llevarlo a buen puerto conforme avanza la trama) faltos de gracia. Al final nos queda una comedia que no juega con los arquetipos pero que no termina de funcionar.