Nueva incursión de Paul Verhoeven en la ciencia-ficción, género que le ha dado tantos y tan buenos resultados de taquilla y de crítica como “Robocop” (1987), “Desafío total” (1990) o “Starship Troopers” (1997).

En “El hombre sin sombra”, el holandés hace una revisión del personaje del hombre invisible, aunque poco tiene que ver con el excelente filme de James Whale de 1933. Verhoeven nos muestra un laboratorio futurista en el que se llevan a cabo experimentos secretos con animales, bajo auspicio del gobierno, para conseguir un desfase cuántico de la materia, esto es, conseguir la invisibilidad. El ambicioso director del proyecto, Sebastian Caine (Kevin Bacon), no puede esperar a probarlo en él mismo, pero sus inesperados efectos secundarios lo transformarán en una verdadera amenaza.

Sin duda, “El hombre sin sombra” es la peor de todas las incursiones de Verhoeven en la ciencia-ficción, aunque no por ello sea necesariamente mala. Intenta hacer una versión moderna de la historia del hombre invisible, y logra firmar una cinta cuanto menos entretenida, aunque no todo lo interesante que pudiera llegar a ser. Juega con la imaginación del espectador al preguntar “¿qué haría usted si fuera invisible?” y le da alguna que otra idea que, quien conozca un poco la filmografía de este director, se puede imaginar de qué tipo es.

El inmenso potencial que da un personaje como el hombre invisible está un tanto desaprovechado. Verhoeven sólo se decanta por un mero juego del gato y el ratón, en el que se persigue más un cine de terror convencional y fácil de digerir para un público poco exigente. Aún así, consigue entretener lo justo gracias a la veteranía de un director que suele hacer bastante bien su tarea, tanto si dirige a un ciberpolicía atormentado o a una espía judía en medio de una Holanda ocupada por los nazis.