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Voto de Especialista Mike:
10
7,8
8.164
Bélico. Drama
Película de encargo para celebrar el 40 aniversario de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Relata, a través de los ojos de un niño progresivamente endurecido por el sufrimiento, la matanza sistemática de los habitantes de las aldeas bielorrusas, más de 600, durante la guerra. (FILMAFFINITY)
19 de junio de 2011
16 de 19 usuarios han encontrado esta crítica útil
La cita del Apocalipsis (de la cual Elem Klimov saca el título original del film) da una idea muy concreta de cómo puede describirse esta película. Lejos de todo espíritu patriotero o propagandístico (aunque sea una obra de encargo), más allá de su realismo duro y mugroso, “Masacre: ven y mira” es un film apocalíptico.
Y también de mucha plasticidad visual. Largos trávellings y movimientos de cámaras que terminan en planos impactantes (los cadáveres amontonados detrás de la casa de Florya, p.e.). Milagros de la steadicam, que también crea esa sensación “flotante” característica. Sensación progresivamente sugestiva y onírica. Incluso Alexei Kravchenko, el protagonista, fue sometido en algunas escenas a un estado de hipnosis.
Por eso “Ven y mira” es un film poético, en el original sentido de la palabra. No porque haya un embellecimiento o una estética estilizada de la guerra. Sino porque hay revelación auténtica de la misma a través de insólitas imágenes visuales, de metáforas. La secuencia de la aldea, filmada con un realismo aparentemente frío y objetivo, está plagada de dichas imágenes. Imágenes casi dadaístas que hablan más y mejor sobre la naturaleza de la guerra que los tiros y las explosiones, que los gritos y la sangre convertidas en tópico dentro del género. La espesa niebla de la que surge toda una división motorizada. El diminuto lemúrido, mascota del comandante. La sensual mujer chupando una langosta. El enano bufón del casco pintado y voz chillona. El soldado “ario” de gafas que se parece a Mortadelo. La vieja postrada, desdentada y sonriente. Son imágenes de la depravación, metáforas que sacan a la luz el peor lado de la naturaleza humana.
En la misma secuencia, la banda sonora consiste en una indistinta masa de ruidos. El zumbido del avión. La música völkisch que sale del altavoz. El griterío, distorsionado electrónicamente para que parezca un gemido animal y colectivo. Las notas de una fuga de Mozart en órgano, que prolonga la súplica horrorizada que sale del granero... que parece más una iglesia.
El efecto es estremecedor, asombroso. Y no es por el duro realismo. Sino por la poesía de lo depravado. La sobresaturación de impresiones que ahoga el sentido de realidad y abre las puertas del horror. Las del mismo Apocalipsis. “…Entonces había un caballo verdoso; el que lo montaba se llamaba Muerte, y el Hades le seguía. Se les dio poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras de la tierra”. (Apocalipsis 6, 8)
Y también de mucha plasticidad visual. Largos trávellings y movimientos de cámaras que terminan en planos impactantes (los cadáveres amontonados detrás de la casa de Florya, p.e.). Milagros de la steadicam, que también crea esa sensación “flotante” característica. Sensación progresivamente sugestiva y onírica. Incluso Alexei Kravchenko, el protagonista, fue sometido en algunas escenas a un estado de hipnosis.
Por eso “Ven y mira” es un film poético, en el original sentido de la palabra. No porque haya un embellecimiento o una estética estilizada de la guerra. Sino porque hay revelación auténtica de la misma a través de insólitas imágenes visuales, de metáforas. La secuencia de la aldea, filmada con un realismo aparentemente frío y objetivo, está plagada de dichas imágenes. Imágenes casi dadaístas que hablan más y mejor sobre la naturaleza de la guerra que los tiros y las explosiones, que los gritos y la sangre convertidas en tópico dentro del género. La espesa niebla de la que surge toda una división motorizada. El diminuto lemúrido, mascota del comandante. La sensual mujer chupando una langosta. El enano bufón del casco pintado y voz chillona. El soldado “ario” de gafas que se parece a Mortadelo. La vieja postrada, desdentada y sonriente. Son imágenes de la depravación, metáforas que sacan a la luz el peor lado de la naturaleza humana.
En la misma secuencia, la banda sonora consiste en una indistinta masa de ruidos. El zumbido del avión. La música völkisch que sale del altavoz. El griterío, distorsionado electrónicamente para que parezca un gemido animal y colectivo. Las notas de una fuga de Mozart en órgano, que prolonga la súplica horrorizada que sale del granero... que parece más una iglesia.
El efecto es estremecedor, asombroso. Y no es por el duro realismo. Sino por la poesía de lo depravado. La sobresaturación de impresiones que ahoga el sentido de realidad y abre las puertas del horror. Las del mismo Apocalipsis. “…Entonces había un caballo verdoso; el que lo montaba se llamaba Muerte, y el Hades le seguía. Se les dio poder sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con la espada, con el hambre, con la peste y con las fieras de la tierra”. (Apocalipsis 6, 8)
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama.
Ver todo
spoiler:
Otros magníficos detalles que muestran la maestría de Klimov, que después de filmar esta obra maestra no volvió a filmar jamás.
Florya de regreso a casa con su amiga Glasha. El descubrimiento de los cadáveres.
La huída de la aldea de Florya entre el cenagal. Toda una metáfora de la suciedad y estancamiento que implica la guerra.
La siniestra escultura del oficial nazi.
La foto de Florya. Toda la tensión de la secuencia se juega en un simple plano-contraplano, donde toda la atención se concentra en el clic de la cámara… o de la pistola. La nube negra dispersa a los retratados como un mal sueño.
Klimov subraya el envejecimiento de Florya no sólo con maquillaje, sino poniendo un niño más joven que él junto al retrato de Hitler.
El deseo de volver atrás el tiempo, deshacer la historia y sus horrores a balazos. O tal vez el deseo de recuperar la inocencia perdida del envejecido Florya.
Y dejar de disparar al descubrir que todos los seres humanos alguna vez también fueron inocentes. Florya ha sobrevivido, y ha sobrevivido con un resto de humanidad.
Florya de regreso a casa con su amiga Glasha. El descubrimiento de los cadáveres.
La huída de la aldea de Florya entre el cenagal. Toda una metáfora de la suciedad y estancamiento que implica la guerra.
La siniestra escultura del oficial nazi.
La foto de Florya. Toda la tensión de la secuencia se juega en un simple plano-contraplano, donde toda la atención se concentra en el clic de la cámara… o de la pistola. La nube negra dispersa a los retratados como un mal sueño.
Klimov subraya el envejecimiento de Florya no sólo con maquillaje, sino poniendo un niño más joven que él junto al retrato de Hitler.
El deseo de volver atrás el tiempo, deshacer la historia y sus horrores a balazos. O tal vez el deseo de recuperar la inocencia perdida del envejecido Florya.
Y dejar de disparar al descubrir que todos los seres humanos alguna vez también fueron inocentes. Florya ha sobrevivido, y ha sobrevivido con un resto de humanidad.