Como aficionado al cine de terror, de haberla visto en el cine habría salido con el pecho henchido, orgulloso de haber gastado mi dinero en 126 minutos de vertiginoso delirio a la parisina que tensan, azuzan y epatan al espectador. En un denso descenso a las cloacas de la mente, Polanski (protagonista y artífice, ambos papeles ejecutados con excepcional solvencia) bajo la piel del conserje cuitas de Trelkovsky, toca desde paradojas filosóficas clásicas (como la del barco de Teseo), grandes problemas metafísicos (muerte, suicidio, locura) o la relación entre el sujeto y la comunidad (fluctuaciones de poder foucaultianas, cuestiones de identidad sexual...). Fotografía, reparto, en fin, una película brillante de necesario visionado para los amantes del género en particular y del buen cine en general.