Partiendo de un argumento particularmente atractivo, como es el caso de los últimos días del marqués de Sade en el manicomio de Cheranton, "Quills" se muestra como una película notable y siempre interesante que capta, gracias a una excelente ambientación (sucia, depravada y pegajosa con el inclasificable Sade) y a unas interpretaciones veraces y entregadas, bastante bien esos últimos días del autor de "Justine", al cual se le prohibía escribir y publicar pero que gracias a la colaboración de una empleada del manicomio (Winslet) lograba sacar sus textos al exterior y venderlos extensivamente. Es decir, que la censura y condena que la sociedad e instituciones hacían de la figura y las letras prohibidas del depravado marqués, resulta que se convierte en la universalización de esa depravación, de lo escabroso y pseudopornográfico. Por lo tanto, es la acusadora sociedad quien también puede ser acusada de aquello que se imputa al encerrado Sade.
Resulta muy vistoso el ingenio que tenía el escritor para ser capaz de seguir escribiendo, con cualquier pequeño instrumento, con cualquier clase de tinta (su sangre, sus heces) y en cualquier clase de papel (su propio cuerpo, las paredes de un calabozo).
Resulta particularmente brillante la última media hora dónde la película felizmente se desenfrena y enloquece sanamente en un "crescendo" que acaba provocando no poca complicidad del espectador hacia el, en principio, repugnante marqués de Sade.