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La ruta del tabaco

Drama. Comedia En una zona del sur de Estados Unidos, durante la Gran Depresión las gentes malviven en la pobreza y la marginación. Jeeter es expulsado por no pagar sus deudas e intentará sacar adelante a su familia pero no será fácil. (FILMAFFINITY)
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Críticas 33
Críticas ordenadas por utilidad
17 de agosto de 2007
51 de 57 usuarios han encontrado esta crítica útil
El cine de John Ford se compone de pequeños detalles, escenas sin aparente importancia, que son al final las que perduran en la memoria colectiva. Ahí están la pelea en la boda de Centauros del desierto, los ladrones leyendo cómo cuidar a un bebé en Tres Padrinos, o el apretón de manos de El hombre tranquilo. En La ruta del tabaco encontramos varias escenas así, de esas que le arrancan al espectador alguna carcajada o alguna lagrima en el momento menos esperado, y que, al acabar, dejan un buen sabor de boca, a pesar de que se trate de una de las llamadas "menores" del genio de Maine. Y es que, sin ser de sus grandes obras, es una película de Ford. Eso se ve desde el comienzo. Esos planos del solitario camino, ese lirismo arrebatador, que tan bien sabía representar Ford, demostrando cómo el paso de los años ha hecho mella en la zona, donde ya no queda más que polvo.

Alguien dijo que el cine de John Ford cuenta la historia de los irlandeses. Aún siendo el cronista oficial de la historia norteamericana hasta la mitad del siglo XX, siempre tuvo presente su origen, y en su trilogía sobre la pobreza, no hace otra cosa que narrar los sucesos de la gran hambruna que sufrió Irlanda en el siglo XIX, y que acabó con su familia en el nuevo mundo. Por ello, todo su cine está impregnado de una sensibilidad que sale de la propia experiencia, y más aún estas tres películas. Pero para Ford, nunca una historia es lo demasiado triste como para dejar de lado el humor. Es la gran clave de la película, porque, narrando una historia tan dura y sombría, lo hace con su candidez habitual, con personajes entrañables, y diálogos cómicos, dando lugar a unas situaciones que en algún momento podrían llegar a parecer escatológicas. Pero, a pesar de todo, nunca deja de ser lo que Ford siempre ha contado, historias sencillas de personajes.

La película es un auténtico lucimiento para Charles Grapewin, un actor que nunca es lo suficientemente reconocido. Él solo lleva el peso de la película en todos los ámbitos. Con una interpretación muy fordiana, sabe darle el punto exacto entre comedia y drama para hacer creíble y entrañable su personaje. Una interpretación simplemente brillante. Todo el reparto es un muestrario el cine fordiano, lo que podríamos llamar irlandeses, locos, sueltos entre ellos, inadaptados, ya sea a un lugar o a una época. Y Ford es el único que sabría hacer algo así sin resultar caricaturesco o bufonesco. Es, probablemente, el único director que ha conseguido que en sus películas la cámara nunca esté, si no que sea el espectador el que sienta directamente la historia. Estamos realmente ahí, en esa pequeña granja desahuciada, y no la vemos através de una pantalla. También destacar esa brillantez plástica que consigue Ford siempre. Ya pueden ser los claroscuros de Centauros del desierto o el primer plano de Tom Joad en Las uvas de la ira, conseguía hacer poesía de la imagen, sin necesidad de barroquismos y efectismos. La sencillez hecha cine.
Tony Montana
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23 de septiembre de 2009
35 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Film muy notable de John Ford (1895-1973), poco conocido e injustamente infravalorado durante muchos años. El guión, de Nunnally Johnson (“Las uvas de la ira”, 1940), adapta la obra de teatro “Tobacco Road” (1933), de Jack Kirkland, versión teatral de la novela del mismo título (1932), de Erskine Caldwell (1903-87). Se rueda en escenarios naturales de Encino (L.A.) y Sherwood Forest (CA), con un presupuesto estimado de 1,9 M USD. Producido por Darryl F. Zanuck para la Fox, se proyecta por primera vez en público, en sesión de preestreno, el 20-II-1941 (NYC).

La acción dramática tiene lugar en Augusta (Georgia), en una zona concreta conocida como “La ruta del tabaco”, tiempo atrás próspera y dedicada al cultivo del algodón, pero actualmente en decadencia y convertida en lugar de miseria. Jeeter Lester (Grapewin) y su esposa Ada (Patterson) quedan solos tras la marcha de sus dos últimos hijos. Han tenido en común 15 o 16, no lo recuerdan con precisión. Jeeter, de más de 60 años, es un pícaro extravagante, parlanchín y holgazán. Ada, su mujer, es sensata y lúcida, pero está disminuida por la edad.

El film suma drama, comedia y crítica social. El relato está escrito en tono de farsa, presenta numerosos lances de humor y crea abundantes situaciones divertidas. Trata a los personajes con respeto, cariño y ternura. Los hace ingenuos, sencillos y entrañables. Los muestra condenados al hambre, al desahucio, al desamparo. Son incapaces de afrontar y resolver los problemas que les afectan: soledad, carencia de ayudas familiares, enfermedad, etc. La situación de Jeeter y Ada es triste y descorazonadora. Ford lo muestra sin rodeos y sin disimulos, pero sabe extraer lirismo de las palabras, los diálogos, las reacciones personales, la inacción, la singularidad de los caracteres. La farsa, mordaz y crítica, sitúa a las personas como víctimas de la crisis del campo, la Depresión, la marginación, la vejez, el abandono de los hijos. Por ello los personajes, aunque estrafalarios, son a los ojos del espectador dignos de aprecio, afecto y simpatía.

A causa de la censura, resuelve con unos pocos trazos el retrato de la tórrida sexualidad que en la novela acompaña a los personajes que se mueven en torno de la pareja protagonista. El realizador no oculta los hechos, que presenta dibujados con una abundante aportación de sutileza, agudeza y humor. La interpretación es adecuada y correcta en general. La del viejo Jeeter me parece sensacional.

La película tiene puntos de contacto con “Las uvas de la ira”. Las dos se refieren a una misma época, problemas afines, visiones subjetivas de una realidad sobrecogedora, etc. Ambas con el paso del tiempo han ganado prestigio y crédito. El tono de farsa con el que se explica el drama durísimo de la segunda es actualmente aceptado y mucho mejor comprendido que por el público de 1941, abrumado por la inminencia de la entrada del país en la IIGM (7-XII-1941).

(Sigue sin "spoiler")
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Miquel
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19 de julio de 2007
14 de 18 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ambientada en los tiempos de la Gran Depresión norteamericana, "La ruta del tabaco" desarrolla la historia de una familia sureña que debido a las malas cosechas acaecidas en los últimos años se ve obligada a malvivir en la miseria.

Los diálogos están dotados de una gran comicidad y en muchas ocasiones la ironía aflora llevando la crítica y la comedia a niveles de tremenda exquisitez.
Muy buen trabajo del consolidado Charley Grapewin que ya había trabajado en trabajos como "Capitanes intrépidos", "El mago de Oz" o "Las uvas de la ira", película ésta también dirigida por John Ford y también ambientada en la misma época. Grapewin soporta todo el peso en "La ruta del tabaco".

Gene Tierney ya empezaba a contar para los grandes directores aunque en esta ocasión no goza del protagonismo que sí tendrá en posteriores trabajos.
La chica que se arrastraba en busca de un nabo es Tierney, no invento nada.
Luc
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7 de octubre de 2013
9 de 10 usuarios han encontrado esta crítica útil
Basada en una novela de Erskine Caldwell, de 1932, adaptada a la escena teatral de Broadway por John Kirkland, “La ruta del tabaco” permaneció siete años en cartel siendo adaptada para el cine por Nunnally Johnson y dirigida por John Ford. El cineasta buen conocedor del profundo Sur, nos presenta un retrato costumbrista, una comedia jocosa bien construida. Con un estilo que a veces parece heredado de las comedias silentes - que no invalida en ningún momento la certera y conmovedora visión que Ford procura de estos campesinos sin posibilidad de extraerse de su situación perezosa y desarraigada al mismo tiempo -, y uno de sus mejores cantos a la imposibilidad del ser humano para abandonar las tierras donde ha nacido, ha crecido, ha formado familia y ha visto tanta gente morir.

El grupo humano que presenta la película resulta tan provocador como emotivo, tan tierno como revulsivo; son figuras humanas patéticamente recortadas contra una tierra que se les escapa de las manos – a unos por desidia, a otros por impotencia -, y que se dedican durante todo el metraje del film a chillar, pegarse, destrozar automóviles, robar comida a quien sea necesario, remendar calcetines a los que ya no les queda ropa por coser, dormir rememorar tiempos pasados, mirar la tierra con apego, cantar y esperar, sin ansias ni demasiadas ilusiones, que las cosas cambien por sí solas, no por lo que ellos puedan hacer para que varíen de la indolente monotonía en que se han sumido.

Cotidiano casi a su pesar, dado lo estridente de las situaciones y lo violento de las relaciones que llegan a establecerse entre los protagonistas, “La ruta del tabaco” hace, empero, alarde de una cotidianidad bien distinta de otros film fordianos en tierras sureñas. En esta película poco se puede esperar del protagonista Jeeter Lester (un estupendo Charles Grapewin) que vive en su maltrecha cabaña en el corazón del estado de Georgia, en un terreno conocido como la ruta del tabaco. Sus días pasan lenta y perezosamente en compañía de una familia desquiciada. Ford y su guionista, saben escarbar detrás de ese aparente tono discursivo e ingeniosamente cómico para extraer una meditación, quizá no profunda, pero sí metódica, sobre las contradicciones que asolan a ese sur que se debate entre el romanticismo utópico, la negación de los nuevos tiempos, la añoranza de los que ya han pasado a mejor vida.

Jeeter Lester no quiere abandonar su tierra, pero tampoco hace nada para conservarla más allá de mirarla cada mañana y auto convencerse de que al día siguiente volverá a comprar un arado y algo de simiente. Una vez más Ford demuestra el apego que siente por sus personajes y las situaciones que está contando, la película integra en armonioso y divertido conjunto el drama de esas tierras decadentes y sombrías y la cómica descripción de una comunidad en la que, por regla general, prevalece la locura sobre la cordura.
Antonio Morales
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15 de marzo de 2009
10 de 14 usuarios han encontrado esta crítica útil
Realizada inmediatamente después de Las uvas de la ira y justo antes de ¡Qué verde era mi valle!, La ruta del tabaco comparte con ellas, temas como la familia, la depresión y la supervivencia. Ambientada en un medio rural en otros tiempos rico gracias al cultivo del algodón, la película nos muestra la cara más dura una sociedad en crisis donde los bancos se hacen con la propiedad de la tierra obligando al duro desalojo de los colonos.

Sin embargo, John Ford cambia la fuerza y el coraje de Tom Joad y su familia (Las uvas de la ira) por la imaginación y la picardía de Jeeter Lester, un tanto en esa vía de "buscarse la vida" que tan bien retrató Quevedo con su Buscón, si bien algunos siglos después. Es un símil muy traído por los pelos, dado que el pícaro nacional no es una figura exportable, pero sirve para ubicar la temática de un film ¿menor? que Ford realiza en clave de ese tipo de humor que asoma penas detrás de las sonrisas. Un humor que se sostiene sobre personajes exagerados y rozando lo grotesco, que, a diferencia de la familia Joad, se aferran a un terruño tan ancestral como improductivo, donde un nabo es un tesoro capaz de hacer arrastrarse por los suelos a una Gene Tierney tan primeriza como hermosa y donde un coche es apenas un objeto de intercambio y a la baja.

El contraste entre lo burlesco y la cruda realidad de la depresión en el medio rural restó aceptación a la película en una época en la que el cine "debía" vender optimismo y actitudes emprendedoras y no abulias, perezas y delincuencias por muy pequeñas que fuesen. Tal vez las críticas no fueron demasiado hirientes por tratarse de John Ford, pero no gustó su retrato social pesimista.

Vista desde la distancia que dan los años y una cultura muy distinta, el film presenta sus atractivos. Personajes cuasi imposibles, diálogos humorísticamente depresivos y el retrato deformado de un tiempo y un en lugar, la hermana Bessie, su herencia y sus himnos ¡Aleluya!, El chillón hijo bobo y sus bocinas, la silenciosa, sucia y enamorada hija, el yerno y sus principios machistas seculares, la madre y su algo de cordura, y el buscón Don Pablos, digo Don Jeeter Lester, genio y figura.

¡Aleluya! Hermana Bessie ¡Aleluya!
FATHER CAPRIO
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