La vida cálida (Vidas ardientes)

La novela “La calda vita” (1958) de Quarantotti Gambini ambientada en Istría durante un verano de 1939 es traslada por F. vancini al mediterráneo sardo donde nos narra el conflicto que suscitan las astucias y torpezas de un triángulo tardoadolescente sofocado por los excesos de la temperatura y las hormonas. La irrupción de un adulto que despierta entre ellos, primero, la seducción y luego la discordia confundirá los sentimientos y el destinos de los cuatro.

Esta semblanza albergaba buenas intenciones sobre una película que tras su peripecia, entretenida y previsible, pierde comba por el aplanamiento de los personajes, demasiado simples y predecibles, así como en la falta de calado en el sentido y orientación de la historia, y que finalmente apunta a su presumible leitmotiv: la exhibición de la nínfula Catherine Spaak, reclamo entre lo sensual y lo núbil de aquellos primeros sesenta, con fondo de mares azules.

Correctamente filmada y discretamente interpretada (el elenco actoral es monocorde), la película se deja ver y también olvidar.

Lo mejor. La sonrisa granuja de Catherine Spaak.
Lo peor. El eterno registro de Jacques Perrin.