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Laurence Anyways

Drama. Romance Laurence Alia (Melvil Poupaud) es un profesor de literatura con un trabajo estable y una sólida relación con su novia (Suzanne Clément). Sin embargo, un día decide contarles a sus amigos y seres más queridos sus planes para cambiarse de sexo. (FILMAFFINITY)
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Críticas 50
Críticas ordenadas por utilidad
15 de abril de 2015
63 de 72 usuarios han encontrado esta crítica útil
Leo algunas opiniones vertidas por la crítica profesional:

“Dura una eternidad sin llegar propiamente a arrancar: una epopeya de autocomplacencia sin profundidad.” (Peter Bradshaw)

“La historia carece de peso suficiente como para justificar sus 161 minutos de duración. Dura en torno a una hora más de lo que se requiere, incluso tratándose de una historia que abarca décadas.” (Peter Howell)

“(…) una película que padece de elefantiasis, empeñada en convertir lo íntimo en épico, lo etéreo en grandilocuente. La generosidad expresiva, un tanto atolondrada, de las casi tres horas que dura «Laurence Anyways» a menudo camufla el meollo de sus arritmias.” (Sergi Sánchez)

“(…) hay mucho de infantil vanidad en sus injustificables 160 minutos de metraje, la ingenua forma de atribuirle trascendencia a un viaje transgenérico que, por otra parte, es retratado de forma vaga y superflua.” (Nando Salvá)

Y me viene a la mente el famoso diálogo de ‘Amadeus’ (Milos Forman, 1984), en el que el emperador le dice a Mozart que ‘El rapto en el serrallo’ tiene demasiadas notas. “Tiene las que tiene que tener, ni más ni menos”, contesta contrariado el músico.

EMPERADOR JOSEPH II: Mi querido joven, no os lo toméis tan a pecho. Vuestro trabajo es ingenioso y tiene calidad. Simplemente hay demasiadas notas, eso es todo. Quitad unas pocas y quedará perfecto.

MOZART: ¿En cuántas notas en concreto habéis pensado, Majestad?

Luego vendrá David Cronenberg a decirnos que Internet está acabando con la crítica profesional. Yo tengo la impresión de que, en buena medida, los críticos profesionales se están haciendo el harakiri.

Falta de profundidad, duración injustificada, esteticismo huero y vanidoso. Etiquetas. En las palabras de muchos críticos profesionales sólo advierto humo y etiquetas. Tildan a Xavier Dolan de joven y superficial. Lo primero es obvio; lo segundo habría que tratar de argumentarlo.

El talento no tiene edad –aunque pueda pulirse y trabajarse. No sé si Dolan es un genio. El genio, sin el refrendo necesario de la Historia, no es más que una etiqueta. Pero su talento es indudable, igual que su alegría de rodar. Cámara en mano, es un purasangre sin complejos –casi diría desbocado, si no fuera porque creo que este jovencito canadiense sabe exactamente lo que busca y lo que quiere. Mezcla en su crisol el cine de Almodóvar (más en temática e intenciones que en pulso y habilidades narrativas), Tarantino (ritmo, música y capacidad icónica instantánea) y Wong Kar-Wai (preciosismo e ideas visuales), pero posee un sello propio.

En ‘Laurence Anyways’ aborda un tema delicado y lo hace sin paracaídas, gustándose, con un carisma original e intenso que me mueve a emparentarla con ‘Hedwig and the Angry Inch’ (John Cameron Mitchell, 2001).

Dolan hace lo que le viene en gana; habla, como todo artista genuino, de sí mismo. “Madame Bovary soy yo”, diría Flaubert. “Yo es otro”, respondería Arthur Rimbaud –y su poesía, sin embargo, siempre es él.

La puesta en escena me recuerda, por momentos, a aquellos cuadros vivos de ‘Los paraguas de Cherburgo’ (Jacques Demy, 1964) con esos trajes a juego con el mobiliario y las paredes. Las ocurrencias de su estilo (la lectura-chaparrón del libro de poemas, la mariposa saliendo de la boca, el ladrillo pintado de rosa en la pared…) son inagotables. También percibo ecos del color de un improbable Douglas Sirk histérico y enloquecido. Y es que Dolan sabe zambullirse en las arenas movedizas de lo kitsch sin despeinarse. Y, como por arte de magia, todo empasta. Su estética funciona. La forma es atrevida y el fondo es mucho más que un oropel.

El tono de la cinta es sorprendente, en sólo un parpadeo pasa de lo cómico al drama o melodrama, del retrato bufo a lo social-reivindicativo, de la cita culta al grito chabacano, del golpe seco al videoclip. Y sí, el videoclip es parte del signo de los tiempos; deploro, por lo general, esa forma de expresión artística, pero Dolan la encaja sin problemas en ese tono, tan suyo, de tragicomedia postmoderna. Su obra es una bocanada de “hago lo que quiero” en un océano de grises servidumbres.

El jodido Dolan es un JASP, y espero de él torrentes de buen cine.
Servadac
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15 de diciembre de 2012
49 de 59 usuarios han encontrado esta crítica útil
Es inevitable no pensar en Todd Haynes (Far From Heaven), Almodóvar (La Ley del Deseo) o Fassbinder (Ali Fear Eats The Soul), especialistas en filmar melodramas exacerbados herederos todos del trágico por excelencia, Douglas Sirk (All That Heaven Allows), durante el visionado de Laurence Anyways. Xavier Dolan narra en su tercer largometraje un cuento sobre la imposibilidad del amor como pareja, imposible por los inflexibles estándares de la sociedad pero también por el daño que se causan a sí mismos sus miembros mientras se fuerzan a permanecer juntos en una situación así: un maestro de literatura y escritor vive una vida de ensueño con su pareja, una asistente de director de cine, todo parece ir de maravilla para ambos hacia 1989 hasta que inesperadamente a él le resulta imposible seguir pretendiendo que todo está bien consigo mismo cuando siempre ha sentido que su auténtico yo es el de una mujer. Luego de la revelación sobreviene una serie incontable de momentos tópicos en la película: escenas donde hay rechazo por parte de todos ante la elección de ella de seguir al lado de su hombre-mujer, escenas de frustración y donde el mundo se les viene encima a ambos, escenas donde deciden alejarse por el bien propio, escenas donde se sienten miserables el uno sin el otro, etc. Lo mejor de Laurence Anyways es que Xavier Dolan ha conseguido que sus películas sean identificables con su marca de casa: una cautivadora estética hipster-ochentera-vintage-arty-pop que es llena de colorido, bonita, en la que presenta detalles surrealistas y momentos elaborados con gran plasticidad para el deleite sensorial del espectador. Sin embargo, hay que decirlo, lo peor es que el engolosinamiento de Dolan al crear esos momentos estéticos es su propio enemigo ya que muchas veces lo hace desviarse del camino inicial que es contar la historia lo que impide vincularnos, encontrar el pathos: ¿en serio necesitaba de casi 3 horas para contarnos una historia que en 1 hora y media hubiese quedado más que correcta?, es que la historia abarca 10 años en la relación de los protagonistas desde finales de los ochenta hasta inicios del nuevo milenio y esto lo justifica, probablemente, y, sí, son muy buenos esos momentos que en realidad parecen videoclips y caracterizan las películas de Dolan en los que acompañados de música pop a todo volumen hay eventos en cámara lenta, o esos detalles surrealistas (una mariposa emergiendo de la boca del protagonista como señal de que ha emergido del capullo su verdadero yo), pero seamos serios le hace falta mucha edición, síntesis, a esta Laurence Anyways tanta que por momentos mueve al bostezo o a revisar la hora en el reloj de pulso. Es innegable el mérito que tiene Xavier Dolan, el tan llamado enfant terrible canadiense –el otro es Jacob Tierney, que por cierto aquí hace una breve aparición–, quien a su corta edad ya ha realizado 3 largometrajes interesantes (los 2 anteriores son mejores que este) en los que ha dado esbozos de su propia, refescante y peculiar, voz autoral, pero del mismo modo hay que ver que aún se encuentra en vías de hallar la medida justa en su visión como director para que no interfiera su estética, su lenguaje cinematográfico con lo que nos quiere contar. Ah... y quien diga que esta es la mejor interpretación de Melvil Poupaud seguramente no ha visto la devastadora Le Temps Qui Reste de François Ozon.
Eric Packer
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18 de diciembre de 2012
35 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
De un tiempo a esta parte, sigo con curiosidad el cine proveniente de Canadá. Reconozco que mi deseo sigiloso de averiguar más procede de la grata impresión que me produjo, hará ya diez años, aquel título lleno de mala baba y desencanto lúcido llamado Las invasiones bárbaras. Su director, Denys Arcand, hizo que pusiera en mi mapa cinéfilo una chincheta más, y desde entonces, de vez en cuando la modesta industria canadiense me regala una buena sonrisa, de esas que me produce el cine clásico cuando deseo fervientemente recuperar mi idilio con el cine, sitiado y putrefacto últimamente, en aras de una renovación mal entendida.
Pues bien, gracias otro año más a la inestimable programación del festival internacional de Tallinn (Estonia), mi relación con la cinematografía canadiense se hace cada vez más estrecha. En esta ocasión, el culpable en cuestión recibe el nombre de Laurence anyways, y se me antoja que dará mucho que hablar de aquí a un tiempo, dado su potencial de película de culto al instante, icono seguramente de minorías y producto revisionista y nostálgico de un cine apegado a realidades en ocasiones denostadas.
Xavier Dolán ya tenía dos trabajos anteriores. Mientras que en I killed my mother (2009) diseccionaba la relación subyugante entre una madre y su vástago, debutando a la increíble edad de diecinueve años, en Les amours imaginairies (Heartbeats) (2010) continuaba haciendo lo propio con un triángulo amoroso. Pocas veces un director llega a una madurez en su tercer proyecto, y hacerlo con veintidós años debería centrar nuestras miradas. Y lo hace a lo grande, sin miramientos, sin miedo al qué dirán, con un exceso tan seguro de sí mismo que otras obras similares palidecen en el mayor de los ridículos frente a ella. Casi tres horas de metraje hechas en sazón, llenas, al igual que su protagonista “masculino”, de determinación, con un despliegue tan envolvente que aúna lo mejor del cine europeo y USA a partes iguales, esquivando al mismo tiempo todos sus defectos.
Laurence anyways tira de audacia, estética videoclipera (sobre todo de los ochenta) y técnicas publicitarias para elaborar un cóctel explosivo, pero sorpresivamente, no se queda en la mera pose, en la fachada, ni se desinfla al poco de despegar, como le suele suceder a este tipo de productos, que acaban optando por un amarillismo a todas luces resultón, facilón y a la postre vacío. No, Laurence anyways va más allá, no sólo se sostiene en su discurso, sino que lo engrandece a medida que transcurre, llevándolo a cotas pocas veces transitadas con asuntos como el que trata, a saber, la búsqueda de una identidad sexual.
Es como si juntáramos en una misma cinta varias tendencias artísticas muy reconocibles a los ojos de los cinéfilos, en su mayoría de los últimos treinta años. Xavier Dolán recurre a un estilismo desaforado – con reminiscencias al cine de Wong Kar-Wai o el mismísimo Pedro Almodóvar, apuesto que ferviente seguidor de esta cinta -, y a un cariño inusitado por personajes sexual y amorosamente desorientados. Mas lo que la hace particularmente singular es la profundidad y lucidez de su relato, no exento de una vertiente ensayística que lo podría emparentar con dos polos diametralmente opuestos. Me refiero, por una parte, a la capacidad analítica en cuestión de relaciones amatorias del cineasta sueco Ingmar Bergman, y por otra, a la aptitud transgresora de los límites contemporáneos, abordados por el radical, a la par que refrescante, director de culto John Cameron Mitchell.
Lo que Dolán parece decirnos es que ha llegado la hora de derribar tabúes, tal vez consciente de que la sociedad, ahora sí, parece más pertrechada para acercarse a una existencia que, por otro lado, no deja de ser otra cosa que una gran historia de amor, quizás del amor a uno mismo, por encima de todas las cosas, y de todas las personas, por mucho que las queramos. Generalmente, este tipo de largometrajes tienden a dar por perdido a gran parte del público, no aquí, ya que el verdadero y enorme triunfo de Laurence es conseguir hacernos partícipes a todos de su odisea, engancharnos sea cual sea nuestra orientación sexual o el límite de nuestros prejuicios sociales. Porque esta hermosa película no sólo trata de identidad sexual, sino de la búsqueda de uno mismo, de la autenticidad, del precio que hay que pagar para no ser uno más del rebaño, a trancas y barrancas, encarando los obstáculos, aun a costa de renunciar al amor. Laurence cree en un alma gemela, lucha por estar junto a ella, sin embargo, todo tiene un coste. ¿Triunfará el amor de pareja o prevalecerá el amor a uno mismo? Dilemas actuales en medio de una sociedad contemporánea que esclaviza hasta nuestros sentidos, y por ende, nuestros sentimientos. Como dijo Calderón de la Barca: “Que cuando el amor no es locura, no es amor.” Disfruten de este clásico de culto en potencia.
La Maga
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21 de junio de 2012
31 de 44 usuarios han encontrado esta crítica útil
Con este tercer largometraje, el jovencísimo cineasta de Quebec (23 añitos), Xavier Dolan confirma todas la esperanzas depositadas en él demostrando en cada plano un talento de otra galaxia, un don por el cine bendecido por los dioses.
Dolan es una mezcla entre Almodovar y Welles que se permite aunar con una libertad raramente vista en pantalla, todos los lenguajes audiovisuales (videoclip, publicidad, ficción).
Al igual que sus personajes, Dolan no tiene miedo a nada.
La película es un melodrama que cala muy hondo, absolutamente vibrante. Los actores están en estado de gracia y si Suzanne Clément se llevó premio, Melvil Poupaud ofrece aquí su mejor interpretación hasta la fecha.
Laurence Anyways fue para mi la mejor película de Cannes 2012, la más valiente, visceral y apasionada.
A título personal, está película es una de las películas de mi vida. Gracias Monsieur Dolan. Gracias.
Alain
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27 de junio de 2013
24 de 35 usuarios han encontrado esta crítica útil
La transexualidad no es algo fácil de tratar narrativamente, pues el espectador, o el lector si se trata de un libro, querrá que “se lo expliquen”. La afirmación, por parte de alguien (aquí, el protagonista), de haber nacido en un cuerpo con el sexo equivocado contiene un presupuesto muy contundente: se puede nacer en el cuerpo adecuado o no. Pero ¿adecuado –o no– a qué? Esto es lo que sería importante: ¿la identidad sexual, es como aquello que los antiguos llamaban "el alma"? En el fondo, la idea es extremadamente convencional, hasta reaccionaria, a pesar de pretender lo contrario, pues se quiere afirmar que se es lo que se es, y lo contrario es una disfunción –nacer en un cuerpo “equivocado”. No es que la transexualidad sea algo convencional, sino la película, que no entra en materia ni medio minuto y se queda en nada.

El hombre que se siente mujer por dentro es un profesor. Un día se presenta a clase vestido de mujer por primera vez. Espeso silencio, expectación. Hasta que una alumna levanta la mano para hacer una pregunta: no he entendido qué teníamos que hacer con los ejercicios del otro día. Ella sí que ha entendido lo que pasa: el profesor se ha vestido de mujer, nada más, de manera que vayamos a lo que interesa, los contenidos de la clase. Pero el director (que es también el guionista, y el montador) no se da por enterado, y sigue no con la clase, sino con el profesor vestido de mujer. Es una cuestión de vestido: toda la película va de eso, de vestirse de una forma a partir de ahora. No parece que haya más que eso.

La compañera de ese hombre, lógicamente, lo intenta entender, incluso durante un tiempo le apoya. Pero lo deja, pues ‘argumentalmente’ no hay nada que entender.

Los actores han comprendido bien sus papeles. Melvil Poupaud pudo haber tenido un papel difícil, el de transexual. Pero como su personaje no tienen ningún contenido, no hace nada: se pone ante la cámara, con toda la naturalidad y ausencia de contenido. Eso sí, cuando conviene, se viste de mujer y hace un mínimo amago de gestos femeninos. Suzanne Clément hace el papel del espectador (o al menos permite que éste se identifique con ella): no entiende nada a lo largo de toda la película, pues no hay nada que entender, y en algún momento se pone a gritar, para ver si le cuentan algo. Sin éxito.

Vale decir que una película no tiene que explicar el por qué de las cosas, pero sí si toma un formato naturalista, de contar una historia en la que a alguien le ocurre algo. La puesta en escena es agradable. Como en las dos anteriores películas de Xavier Dolan: imágenes bonitas, cuadros bien compuestos. Pero en ellas había algo más: la homosexualidad tenía un peso argumental, aunque para defender su “normalidad” –cosa hoy nada revolucionaria ni sorprendente. En esta última película no hay ni eso. No trata de la transexualidad, sino de un travestismo plano, sin mayores problemas ni trasfondos. Travestismo.

Y a Xavier Dolan cada día se le ve más el plumero. De chico listo.
Amin Adabaman
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